Portillo Motte Óscar Augusto
FFyL-UNAM
[junio de 2014]
Hacia una
historia social de la independencia.
Bases sociales de la insurgencia y la violencia en el Bajío: 1810.
En este análisis me propongo explicar las
bases sociales de la insurgencia y los mecanismos de violencia, utilizados por
las clases populares en contra de las elites representantes del dominio
colonial en la Nueva España; un problema en el que no muchos historiadores
incursionan, debido a la dificultad que este tipo de estudios representan,
principalmente por ser un aspecto en donde los sujetos históricos no se
encuentran completamente definidos, principalmente por la cuestión de no haber
dejado un registro del cual se pueda echar mano para formular una serie de
cuestionamientos, sobre su participación en los acontecimientos del pasado.
Se analizarán las condiciones económicas y
sociales de la época, principalmente en el Bajío a finales del siglo XVIII y
principios del XIX, para explicar cuales fueron las detonantes que propiciaron
la insurrección popular en esta zona, tras el llamamiento de Hidalgo en
septiembre de 1810. Consideraremos el papel de las transformaciones agrarias
ocurridas durante el siglo XVIII en la región, y aspectos como la injusticia
social y los agravios morales cometidos por la clase propietaria española, en
contra de los trabajadores del campo y las ciudades. Todos estos elementos
explicados de manera conjunta nos ayudarán a formular una serie de
problemáticas que de manera aislada no explicarían completamente la adhesión de
los sectores populares en la lucha por la independencia.
La pertinencia de este tipo de estudios
radica en que muchas veces los historiadores que se dedican a hacer historia de
las multitudes o historia desde abajo, solamente muestran a las clases
subalternas como un grupo social predispuesto a la violencia, carente de
aspiraciones de todo tipo, o meros instrumentos que sirven a la elite para el
cumplimiento de determinados fines políticos. En este estudio se abordarán
distintas caras de la multitud, la cual se rebela por una serie de injusticias
cometidas en contra de su estabilidad económica, las cuales generan condiciones
propicias para la insurrección armada.
Mediante el análisis de especialistas que
se dedican a estudiar las bases sociales de la violencia en la lucha
independiente como John Tutino, Eric Van Young y Marco Antonio Landavazo,
explicaremos las condiciones políticas, económicas y sociales de la época, para
entender las cuestiones que orillaron a los pobres de la ciudad y el campo a
sumarse al llamado a las armas en 1810. Y como marco teórico utilizaremos las
obras de autores como Georges Rudé, Barrington Moore y Adolfo Sánchez Vázquez,
para examinar el papel que desarrollan las multitudes en la historia y el lugar
que ocupan en los movimientos sociales modernos, en donde se expresan ciertas
formas de violencia sujetas a determinados tipo de relaciones sociales de
producción.
Mediante la exposición de las condiciones
económicas y sociales de finales del siglo XVIII y principios del XIX en el
Bajío, se expondrá de manera concisa los motivos ideológicos por los cuales los
sectores populares de esta región tomaron las armas, y finalmente analizaremos
el papel de la violencia insurgente, como un elemento que nos ayudará a tener
una visión maniquea de estas clases subalternas, con el objetivo de no tener
una idealización con respecto a los movimientos sociales en la historia de
México.
I. Hacia la
insurrección.
John Tutino en su libro De la insurrección a la revolución en México: las bases
sociales de la violencia agraria, 1750-1940, menciona que la revuelta iniciada por el cura del pueblo Dolores,
Miguel Hidalgo y Costilla, en el mes de septiembre de 1810, hubiera pasado a la
historia de las conspiraciones en contra del dominio español, como una de
tantas, sin embargo la particularidad de la rebelión de Hidalgo, reside
básicamente en el componente social que apoyó la protesta, la cual enarbolaba
la emancipación del virreinato de la Nueva España de su metrópoli europea.[1]
Es así que la gran mayoría de la gente que conformaba los ejércitos insurgentes
durante la primera fase del movimiento, pertenecía a los estratos inferiores de
la sociedad novohispana, motivo por el cual debe considerarse a esta etapa de
la revolución de independencia, como el primer movimiento de masas de la historia
moderna de México.
Un movimiento que poco o nada tenía que ver con las aspiraciones
políticas de la elite ilustrada que lo dirigía, sin embargo esta es la cuestión
que nos atañe investigar, sobre todo para entender cuales son las motivaciones
de los hombres y mujeres que rápidamente se sumaron a la revuelta de 1810; los
cuales han sido tratados por distintos historiadores que han estudiado las
bases sociales de la insurgencia, como un fenómeno abstracto, sin cara y sin
identidad, en donde la multitud solamente se entrega a sus más bajos instintos
en una orgía de sangre, barbarie y destrucción. Existen un sinnúmero de motivos
por los cuales la gente se rebeló en contra de las autoridades virreinales y
los aparatos de control estatales, justificaciones que van desde meras causas
de reivindicación social, sentimientos de injusticia y motivos económicos. Todas
estas explicaciones en su conjunto son válidas y cada una es igual de confiable
que la otra, pero no debemos considerarlas de manera aislada, sino en un
conjunto que nos permita vislumbrar los orígenes y las condiciones políticas,
económicas y sociales de principios del siglo XIX en México.
En un primer aspecto debemos de tener en
cuenta el carácter local de la insurrección, en donde su principal escenario fue
el Bajío, una región cuyo desarrollo económico fue completamente diferente al
del altiplano central, principalmente por las características geográficas del
medio, las cuales eran propicias para la instauración de grandes latifundios
dedicados a la producción de alimentos y ganadería de todo tipo. De esta forma
el Bajío fue creando una estructura agraria completamente distinta a la del
resto del territorio conquistado por los españoles a partir del siglo XVI, por
lo que adquirió características económicas y sociales distintas, sobre todo por
la presión demográfica, en donde el auge de la minería y de la economía
agrícola comercial, empezó a crear condiciones de vida más favorables para la
gran cantidad de mano de obra que emigraba a esta región, en busca de mejores
oportunidades.[2]
La escasez de mano de obra en la región
del Bajío provocó un gran movimiento migratorio de mano de obra campesina,
cuestión que para el siglo XVIII determinaría por completo la estructura
económica de la zona, principalmente por la combinación de una serie de
factores, entre los que podemos encontrar un claro aumento de la población y el
interés de las elites en incursionar en otro tipo de cultivos agrícolas; una
medida que sería decisiva para comprender las posteriores crisis alimenticias,
que aunadas a los fenómenos meteorológicos de 1785, 1808 y 1810, en donde hubo
un claro descenso en la producción de maíz (un cultivo de básica necesidad para
la subsistencia de los estratos inferiores de la sociedad novohispana) generaría
a la postre una crisis de subsistencia y especulación sobre los precios del grano,
originando importantes trasformaciones económicas que repercutieron en todos
los sectores económicos de la región, suscitando un estancamiento en todos los
sectores de la producción como la minería, el comercio y finalmente la
agricultura.[3]
Todo esto lo podemos enmarcar en el panorama de lo ya sabido, pues
historiadores como John Tutino y Eric Van Young, nos han hablado sobre este
tema en sus respectivas obras, pero la pregunta ante todo este fuerte entramado
de crisis alimentarias y agrícolas anteriores al estallido social de 1810, es
llevar a cabo un cuestionamiento sobre las formas en que estos problemas
económicos inminentemente agrarios, generaron una reacción en cadena que llevó
al desplome de los otros sectores y por ende a una crisis generalizada, que
afectó directamente a los trabajadores de minas, fábricas textiles, jornaleros,
arrendatarios, etc. Esto último lo podemos relacionar a la disminución de los
puestos de trabajo, en donde la clase trabajadora de la época acumulaba mayor
inseguridad y pobreza, aunado a la difícil situación alimenticia que propició
hambrunas durante el último cuarto del siglo XVIII y principios del XIX.
Por otro lado la clase terrateniente y
propietaria de minas, aplicaba ciertas medidas para proteger sus capitales de
la crisis regional, medidas que como bien se ha mencionado iban encaminadas a
la disminución de puestos de trabajo y salarios, empeorando así las condiciones
de subsistencia y recrudeciendo las relaciones sociales entre las elites y los
pobres del campo y las ciudades del Bajío.[4]
Como podemos observar esta crisis no sólo afectó a los habitantes del campo, sino
también a los de las ciudades, en donde se postraban importantes centros
mineros y fabriles, por lo que esta crisis rápidamente se extendió por toda la
región, cuestión que podríamos considerar como un elemento importante en la
adhesión de población urbana a la rebelión de Hidalgo en 1810.
De esta manera es como podemos concebir el
panorama general de las condiciones económicas y sociales del Bajío a finales
del periodo colonial, las cuales generarían un descontento generalizado por
parte de los trabajadores del campo y la ciudad, principalmente al ver
afectados sus medios de subsistencia; sin embargo, para tener una visión más
completa del complejo entramado de la insurrección, no debemos considerar únicamente
el papel que juega el aspecto económico y sus repercusiones sociales, ya que si
lo consideramos como el elemento principal de la rebelión, caeríamos en una
mera simplificación, una cuestión bastante peligrosa para el historiador que
por motivos ideológicos simpatice con los movimientos de masas y las
insurrecciones; esto último nos llevaría a caer en lo que Georges Rudé ha
denominado un materialismo vulgar, al
considerar que los problemas económicos inmediatos, es decir las épocas de
crisis en este caso, son la única explicación valida a todo tipo de
intranquilidad popular y por ende fuente directa de una serie de disturbios
asociados a revueltas del hambre.[5]
Las revueltas no suceden directamente en
los instantes de depresión económica, a esto deberíamos agregarle la conjunción
de otro tipo de elementos que orillan a los pobres del campo y la ciudad a
tomar las armas en contra del poder constituido, esto no significa que debemos
olvidar el importante papel que juega la transformación agraria de mediados y
finales del siglo XVIII, la cual creó las precondiciones de un levantamiento
armado masivo.[6]
Sin embargo los orígenes de la revuelta
van más allá de problemáticas materiales inmediatas, se desenvuelven
directamente bajo el discurso de las elites que guían a la masa en un alegato
de cambio y transformación política; en este aspecto vale la pena mencionar el
papel ideológico de la elite criolla dirigente del movimiento, la cual centra
sus políticas en contra del régimen español y canaliza la energía de la
protesta hacia fines más políticos que sociales, una cuestión que nos sirve
para comprender la forma en que se llevaron a cabo los primeros conatos de
insurrección, y la violencia ejercida por parte del pueblo en contra de las
autoridades españolas[7]; estas
consideraciones ideológicas desempeñaron un papel muy importante en la
movilización popular en el año de 1810, en donde las proclamas de Hidalgo se
combinaban con la crisis generalizada del Bajío, en donde la estructura social
y económica puso en peligro la vida misma; estos elementos pudieron haber
generado una simbiosis que propició a las masas a arriesgar la vida misma en
busca de un cambio.[8]
Si bien la crisis de 1808 surgida tras la
invasión Napoleónica a España, determinó en cierta medida la arena política que
la elite ilustrada de la Nueva España aprovechó para conspirar en contra del
dominio virreinal, esto no fue una cuestión que afectara directamente las bases
sociales de la insurgencia, debido a la inexistencia de un vínculo político de
los ejércitos insurgentes con los problemas de su metrópoli, por esta razón se
debe descartar la idea de que la ilustración y los problemas políticos en
Europa fueran el origen de la insurrección popular. Pero ¿Qué otros factores influyeron en la gran masa de trabajadores y
campesinos a enrolarse en el ejército insurgente?, entre todos los problemas ya mencionados,
habría que insertar la cuestión de la injusticia
social, un elemento de gran valía para entender toda una serie de
implicaciones ideológicas y el análisis de la violencia ejercida por los
sectores populares en la insurrección de 1810. La insurrección en primera
medida representó la válvula de escape para el gran contingente social que se
sumó al llamado de Hidalgo, principalmente por la crisis generalizada de la
región, en donde la agudización de los problemas sociales eran dificultades a
la orden del día, debido al rápido desarrollo de la pobreza, generado por la
especulación de la elite peninsular en los precios de los medios de
subsistencia. Esto rápidamente generaría un cierto descontento social, por ser
una cuestión que recientemente los habitantes de la zona del Bajío comenzaban a
sufrir, por lo que su situación rápidamente empezó a empeorar, un aspecto del
que John Tutino hace mención en su obra diciendo:
“Lo crucial,
pues, no es que los pobres del campo en el Bajío tuviesen pobreza e
inseguridad, sino que padecían dependencia al acumular cada vez mayor pobreza e
inseguridad. La agudización de sus problemas tuvo causas sociales evidentes
para todos. La pobreza provino de la baja de salarios y de la disminución de
los pagos en exceso. La inseguridad fue causada por la falta de empleo
permanente y la ampliación de los arrendamientos obligó a muchos el correr el
riesgo de malas cosechas. Las elites del Bajío organizaron directamente la
transformación agraria que impuso a los pobres del campo a un empeoramiento de
su situación… y la mayoría de las familias del agro vivían bajo dependencia de
esas elites.”[9]
Una cuestión que vale
la pena mencionar con respecto al levantamiento armado, es que si bien los cimientos que lo propiciaron son
las crisis de las que ya hemos hablado, y la injusticia representada por los
abusos cometidos por la elite peninsular en contra de los sectores populares; esta
fue una experiencia completamente novedosa para los campesinos y pobladores
urbanos del Bajío, por ser una cuestión que con anterioridad no se había
presentado. Lo sucedido a finales del siglo XVIII y principios del XIX era una
cuestión que la gente de esta región jamás había presenciado, pues la pobreza y
el desempleo generaron resentimientos contra los agentes intermedios del poder
estatal y las clases superiores[10],
pues estos problemas eran asociados inminentemente a las elites, como los
principales responsables del injusto agravio moral. La rebelión en este sentido
puede entenderse no como una cuestión espontánea, sino como la acumulación de
ciertos resentimientos dispuestos a estallar, siempre y cuando se den las
condiciones propicias para desafiar a la autoridad ante la injusta situación de
las clases desposeídas.
Nos ha quedado claro
que los motivos de la insurrección popular distan bastante de las proclamas
políticas de la elite ilustrada criolla, pero tampoco debemos concebir a la
multitud que participó en la lucha insurgente, como un grupo social sin
aspiraciones, que sólo se une a las luchas armadas para complacer sus más bajos
deseos: La inclinación al pillaje, el dinero, la violación o el propósito
sombrío de satisfacer sus mas oscuros instintos criminales, esta es la visión
que muchas veces los historiadores cuya posición ideológica es completamente
opuesta a las luchas sociales, tratan de mostrar sobre las multitudes y su
acción en la historia. Los grandes contingentes sociales que se enfrascan en
las luchas revolucionarias no tienen como primera necesidad el deseo de sangre,
la multitud se levanta, tal como lo señala Rudé, con el objetivo de mejorar sus
condiciones de vida, elevar salarios, resistir a las intromisiones en su
posesión de la tierra, proteger sus medios de subsistencia y sobre todo
asegurar una provisión constante de alimentos buenos y abundantes.[11]
La aspiración del
gran contingente social que se suma a las protestas es simplemente regresar a
un tiempo idealizado en el que no se cometían tantos abusos o en el que se
creía vivir mejor, sin hambre ni opresión. Las revueltas como la del inicio de
la lucha independiente de México en los años 1810-1811, son rebeliones que se
alimentan de un gran malestar social y que al carecer un discurso político
entre la muchedumbre, expresan la rabia y la desesperación de manera ingenua,
que en este caso tuvo su representación en una inusitada violencia en contra de
los españoles y sus propiedades.
II. Violencia.
Como bien se ha mencionado el agravio moral conduce
directamente a un sentimiento de injusticia por parte de los sectores populares
de la sociedad, y esto lo podemos ver claramente ejemplificado en las
expresiones de violencia efectuadas por el ejército insurgente al mando de
Hidalgo en el año de 1810. Las formas en las que estos agravios son remediados
tienen una repercusión directa en el orden social establecido, mediante un
deseo de venganza, y la forma institucional que ésta toma, se hace presente
mediante un baño de sangre[12],
tal y como lo podemos percibir en los primeros años de la lucha por la
independencia de México.
La violencia es un
elemento que ha estado presente en todos los episodios de la historia de la
humanidad, la historia misma es violencia, en definitiva tal y como lo señala
Karl Marx, esta es la partera de la historia.[13]
Adolfo Sánchez Vázquez en su obra Filosofía
de la praxis, expone el concepto de violencia sartreano, el cual responde
mejor a la problemática aquí planteada,
diciendo:
“La idea
sartreana de la violencia descansa, pues, sobre el concepto de escasez, ya que
ésta es para el fundamento mismo de la división y oposición entre los hombres.
Hay relaciones violentas porque la escasez hace ver al otro como un peligro. En
el campo social la actitud que guardo hacia el otro, se halla determinada por
la conciencia de su peligrosidad, habida cuenta de la escasez. Los hombres se
enfrentan no como piensa el marxismo, es decir, en virtud de que objetivamente
se hallan en situaciones opuestas por lo que toca a la propiedad sobre los
medios de producción…”[14]
En relación a esta cuestión expuesta, podríamos considerar que el origen
y el recrudecimiento de la violencia popular en contra de las elites españolas,
se originó principalmente por los motivos mencionados páginas arriba, en donde
la cuestión económica tuvo una repercusión directa, aunado a la injusticia
social de la época. En donde lejos de conseguir transformaciones de carácter
político y social, los principios de la insurrección popular estaban basados en
aspiraciones meramente económicas, en donde la violencia encontró el caldo de
cultivo necesario para surgir de la manera en como la explicaremos más
adelante.
Valdría la pena
mencionar en un principio la heterogeneidad social de la insurrección popular,
una cuestión que a mi parecer es de gran importancia explicar y desarrollar,
porque este elemento es quizá una de las determinantes que nos podrían dar una
aproximación al problema de esta investigación. El carácter de la revuelta de
Hidalgo es eminentemente rural, aunque no se puede negar la participación de
trabajadores del sector minero y fabril, sin embargo por las condiciones
sociales expuestas con anterioridad, es innegable que la mayoría de la gente
que se sumó al movimiento insurgente, tuviera un inminente origen rural. La
revuelta de la gente del campo se basa principalmente en una serie de agravios
económicos y relaciones de clase conflictivas.[15]
Otro aspecto que merece ser mencionado es la cuestión racial, ya que este rubro
por menor que parezca es el que proporcionó las estructuras mentales de la
rebelión, por ser piedra angular de la violencia en contra de la elite formando
ciertos antagonismos de carácter racial.[16]
La violencia
suscitada y ciertos crímenes cometidos en contra de los peninsulares en los
primeros días del movimiento de Hidalgo, son resultado de conflictos raciales
en donde nace un oscuro instinto de venganza por parte de la muchedumbre
enardecida, esta es quizá la parte que más trabajo cueste explicar, sobre todo
porque es imposible realizar una idealización de la revuelta popular. Siempre
habrá algunos aspectos que orillan a la gente que se suma a las revueltas
sociales a desembocar cierto tipo de violencia en contra de sus opresores,
siempre y cuando tengan la oportunidad de ejercerla. Como bien se ha
mencionado, una parte importante de estos motivos están asociados a un trasfondo
económico y social, en la medida en que los peninsulares españoles eran la
personificación del dominio colonial, que para principios del siglo XIX se
percibía ya como injusto y tiránico, creado por una coyuntura de crisis
agrícolas y sequías.[17]
Marco Antonio
Landavazo menciona la línea de acción punitiva de la insurgencia en contra de
sus “enemigos de clase”, a través de las acciones emprendidas por parte de una
muchedumbre enardecida en contra de los españoles, cuestiones que rompen de
cierta manera el esquema teórico aquí planteado, pero que vale la pena
presentar. Los principales actos de violencia ejercida por un cierto sector de
la insurgencia son:
a) el homicidio, sobre
todo la matanza de españoles peninsulares.
b) los ataques a los
pueblos, villas y ciudades.
c) el robo y el saqueo.
d) los maltratos,
injurias y amenazas.[18]
Este aspecto fue la
característica de la primera fase de la insurgencia, en donde todos los
malestares sociales se vieron expresados a través de ciertas manifestaciones de
violencia, una cuestión inusitada, tomando en cuenta que los sectores populares
nunca la habían ejercido durante los casi 300 años de dominio español en
México. Los asesinatos en contra de las elites españolas del Bajío, fueron sin
duda una de las expresiones más conspicuas de la violencia subversiva, pues los
europeos se convirtieron rápidamente en el objeto por excelencia de la
hostilidad popular. Quizá la mayor expresión de violencia subversiva mostrada
durante esta etapa de la guerra de independencia de Mexico, fue la matanza de
cerca de 300 españoles en la alhóndiga de Granaditas el 28 de septiembre de
1810, a pocos días de iniciado el movimiento de Hidalgo; es indudable que todos
estos actos tuvieran como transfondo un determinado entramado ideológico, en
donde la personificación de todos los males acaecidos recientemente, como la
hambruna y la pobreza, fueran las elites peninsulares, por este motivo es por
el cual podemos explicar la inusitada violencia en su contra.
Sin embargo no se
pueden negar ciertos actos de saqueo y pillaje, orientados a actitudes
criminales y de reivindicación social, inducidos por una cierta carga de
valores y significados diversos.[19]
Esta cuestión nos podría ayudar a comprender las formas en las que muchos
hombres actuaron a través del “gachupinicidio”, que es considerada una forma de
“catarsis social”, con una multiplicidad de significados y nociones
subyacentes, en donde el sentimiento de injusticia y odio se encontraba
premeditado en varios actos de desfogue, sobre todo de las tensiones contenidas
por la revuelta popular. En las primeras semanas los jefes rebeldes de la
insurrección, conscientes de las acciones de la multitud que se había lanzado a
un levantamiento más social y más agrario que político, ordenaban a sus
seguidores atacar solamente las propiedades de los inmigrantes españoles. John
Tutino menciona que en algunos casos, el lugar de nacimiento tenía sin cuidado
a la mayoría de los insurgentes, pues estos dirigían sus expresiones de
violencia en contra de las elites, por considerarlas causantes de sus recientes
situaciones de pobreza e inseguridades.
Todos estos actos
representaron en la época una especie de “pequeño terror” al estilo francés, ya
que algunos actos de violencia como las matanzas no eran resultado directo de
los descontentos sociales de la multitud, sino acciones consensuadas entre los
líderes del movimiento, en donde los peninsulares solían ser aprendidos después
de una batalla, y casi inmediatamente después eran llevados al paredón o a la
horca, sin que en la mayoría de las ocasiones, hubieran sido sometidos a un
juicio previo.[20] Estas
expresiones de odio al español las cuales se materializaron en asesinatos y
ejecuciones, o en otros casos en el despojo de sus posesiones, son las muestras
claras de ciertos resentimientos acumulados en la región del Bajío, por parte
de los sectores populares de la sociedad novohispana en contra de las elites
peninsulares, una cuestión que nos puede ayudar a explicar de cierta manera el
éxito que tuvo la protesta de Hidalgo en la región y el subsecuente el apoyó de
la multitud del campo y la ciudad, a raíz de las injusticias dadas en el último
periodo colonial. También nos ayuda a explicar el fracaso que a la postre se
dio, principalmente por la falta de adeptos en otras regiones del territorio,
en donde las condiciones sociales, económicas y culturales distaban mucho de
ser las que prevalecieron en el Bajío, principalmente en el altiplano central,
en donde existían relaciones sociales completamente distintas a las de la zona
donde la rebelión de Hidalgo tuvo mayores adeptos del sector popular.
Conclusión.
Las explicaciones
mostradas en este texto han demostrado las causas que las multitudes del campo
y las ciudades del Bajío tuvieron para rebelarse en contra de las autoridades
españolas a principios del siglo XIX; tal y como lo he expuesto, las razones
por las cuales se originó la insurrección en los sectores populares de esta
región, distan de ser meras simplificaciones de un materialismo vulgar, es decir, se le ha dado un peso importante a
las cuestiones políticas y económicas de la zona estudiada en este análisis,
pero demostramos que estas no fueron propiamente razones contundentes para un
levantamiento en masa como el que se presenció en el mes de septiembre de 1810.
Bastó simplemente con analizar una serie de factores sujetos al andamiaje de la
superestructura, para llevar a cabo el desarrollo de un tema que por la
naturaleza de su estudio se puede presentar de una manera bastante compleja,
principalmente por la intención de mostrar a los sectores populares de una determinada
sociedad como los sujetos principales de la historia.
Uno de los grandes
problemas al realizar este tipo de investigaciones es la cuestión de la
objetividad, principalmente para los historiadores que simpaticen de manera
ideológica con los sectores populares y sus luchas históricas, que en un caso
como este, representó una gran problemática de mi parte en el momento de
exponer ciertos temas, como es el caso de la violencia. En el intento de
mostrar las luchas sociales del pueblo y sus repercusiones políticas, sociales
y económicas, los jóvenes historiadores tendemos a caer en un subjetivismo
sujeto a una ciertas posturas ideológicas, cuestión que puede provocar en
determinadas situaciones ciertos anacronismos con respectos a algunos conceptos
teóricos.
En este caso al
presentar los motivos de la insurrección y sus bases sociales, he demostrado que
cuestiones como la injusticia social, los agravios morales y las consecuencias
de crisis económicas, son una serie de elementos que no deben estudiarse de
manera separada, sino en un conjunto que permita vislumbrar de manera total los
motivos por los cuales la gente se rebela en contra de un determinado poder
constituido. En este caso las crisis agrícolas y las sequías presenciadas en la
región del Bajío anteriores al estallido social de 1810, propiciaron el caldo
de cultivo en el cual hemos constatado los orígenes primigenios de la revuelta
popular, y los mecanismos de violencia utilizados en contra de las autoridades
y elites política y económicamente dominantes.
He demostrado que la
multitud en la historia, no es solamente un cúmulo de individuos dispuestos a
saciar sus más bajos instintos criminales cuando la oportunidad de la
insurrección se les presenta, sino que las clases subalternas en determinados
momentos de la historia tienen aspiraciones, que si bien no están
conscientemente orientadas a una transformación política y social, pugnan por
una reivindicación en materia económica, que en este caso sería aliviar la
situación de pobreza e inseguridad en la cual se encontraban los trabajadores
del campo y las ciudades del Bajío.
Otra cuestión que es
importante, es señalar los innegables episodios de violencia suscitados en los
primeros enfrentamientos entre la insurgencia y las fuerzas del orden, de los
cuales emanaron ciertas practicas como los asesinatos a las elites
peninsulares, mediante los cuales he demostrado que estos tenían un origen
basado en la injusticia social y el agravio moral, aunque existieran ciertos
episodios en donde el único objetivo fuera una retribución económica inmediata,
como los saqueos y el pillaje. Sin embargo esto nos ayuda finalmente a entender
que en este tipo de estudios, no se puede estudiar a la multitud de una manera
idílica y abstracta, sino como un sujeto histórico en constante cambio y
transformación en sus distintas vertientes multifacéticas, que nos indican que
los movimientos de masas no son de carácter monolítico.
[1]
Tutino, John, De la insurrección a la revolución
en México: las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Editorial Era, 1990. p. 48.
[2] ibídem p. 62.
[3] Van
Young, Eric, La otra rebelión. La lucha
por la independencia de México: 1810-1821, México, Fondo de Cultura
Económica, 2011, p. 146-147.
[4] Tutino,
John, op cit, p. 86.
[5] Rudé,
Georges, La multitud en la historia. Los
disturbios populares en Francia e Inglaterra. 1730-1848, México, Siglo
Veintiuno Editores, 1964, p. 222.
[6] Eric Van
Young menciona que la intensidad del levantamiento se debió precisamente en las
circunstancias bajo las cuales la transformación agraria predomino en el último
periodo colonial, en donde a través de su estudio de Guadalajara rastrea la
coyuntura y el surgimiento de los problemas agrarios en la región, véase Van
Young, Eric, “Hacia la insurrección: Orígenes agrarios de la rebelión de
Hidalgo en la región de Guadalajara” en Katz, Friedrich, Revuelta, Rebelión y Revolución. La lucha rural en México del siglo XVI
al siglo XX, 2 ed, México, Editorial Era, 2004, p
168-169.
[7] ibídem p. 171.
[9] ibídem p. 86
[10] Eric Van
Young, La otra rebelión… p. 159.
[11] Rudé,
Georges, op cit, p. 225.
[12] Moore,
Barrington, La injusticia: bases sociales
de la obediencia y la rebelión. México, Universidad Nacional Autónoma de
México – Instituto de Investigaciones Sociales, 1989, p.29.
[13] Sánchez
Vázquez, Adolfo, Filosofía de la praxis, México,
Siglo Veintiuno Editores, 2003, p. 462.
[14] ibidem, p. 464.
[15] Eric Van
Young, La otra rebelión… p. 44.
[16] Katz,
Friedrich, op cit, p. 168.
[17] Landavazo, Marco Antonio,
(2008), Guerra y violencia durante la
revolución de independencia de México, [versión electrónica], Tzintzun, Revista
de Estudios Históricos, (48): 15-40.
[19]
Landavazo, Marco Antonio, Nacionalismo y violencia en la independencia de
México, México, Fondo Editorial del Estado de México, 2012. p. 49-26
[20] Landavazo,
Marco Antonio, (2009), Para una historia
social de la violencia insurgente: El odio al gachupin, [versión
electrónica], Historia Mexicana, 59 (1): 195-225.