lunes, 11 de abril de 2016

Revolucionarios, pacíficos y bandidos.

Revolucionarios, pacíficos y bandidos.
Justicia y Ley dentro del Zapatismo: 1914-1915

Portillo Motte Óscar Augusto 
FFyL UNAM - INEHRM
enero de 2016



Introducción

La ponencia que presentaré a continuación tiene como objetivo mostrar un panorama inicial sobre la relación del ejército zapatista con la población civil del estado de Morelos, durante los años 1914-1915, etapa en la que el movimiento revolucionario del sur tuvo una notable influencia y control dentro de ese territorio; un periodo conocido por la historiografía como La Comuna de Morelos. Sobre esta línea temporal explicaremos cuales eran las políticas rectoras de disciplina y orden impuestas por el Cuartel General, para combatir un problema que surgió desde el inicio de la revolución en Morelos en 1911, que fue el bandolerismo y los crímenes perpetrados por el ejército rebelde contra la población civil, primero contra las elites representantes del régimen porfirista y posteriormente contra los pacíficos, después de la caída del régimen hacendario en 1914. A partir del estudio de los documentos emitidos por el Cuartel General, podremos vislumbrar inicialmente ésta problemática, la cual constituyó un grave dilema de carácter político para el movimiento zapatista, en donde la legitimidad de la causa estaba en juego debido a los constantes atropellos de las fuerzas rebeldes contra los pacíficos, cuestión que Emiliano Zapata y los distintos secretarios del Cuartel trataron de mitigar y combatir.
     La pertinencia de este tipo de estudios radica en comprender cuales eran las dinámicas en las que el zapatismo trataba de imponer orden y disciplina dentro de sus tropas, con el objetivo de ganar adeptos a la lucha revolucionaria y asegurar el bien de la causa. De manera que este trabajo sirva en un futuro para comprender la visión que tuvieron los estratos sociales más bajos sobre el movimiento zapatista, y así, poder recuperar la experiencia de todos aquellos individuos que se mantuvieron al margen de la revolución, quedando en medio de la guerra, en donde la violencia generada por ambos bandos –zapatistas y constitucionalistas-, los obligó a transferir sus lealtades y recursos, con el único de fin de sobrevivir a la guerra civil desatada en 1914.
     El presente trabajo expone en primera instancia los motivos por los cuales los revolucionarios promulgaron el Plan de Ayala, el cual fungió como objetivo legitimador de la lucha que emprenderían contra el gobierno mexicano, posteriormente el aparato de justicia y ley emanado de este documento, y los procedimientos bajo los cuales se castigaba a los soldados que cometían abusos, finalmente se presentarán algunos casos para ejemplificar cuales eran los procedimientos en los que las poblaciones pedían garantías a Zapata para evitar atropellos, y como este último, trataba de llamar al orden a sus generales para preservar el orden y la legitimidad de la causa.

Desarrollo

Para la historiografía de la Revolución Mexicana el movimiento zapatista ha constituido un parteaguas para el estudio de los movimientos campesinos en la época contemporánea, principalmente por el carácter agrario y social de su lucha; la cual, logró aglutinar a miles de trabajadores del campo y la ciudad en torno a las demandas proclamadas por el Plan de Ayala de 1911. Este documento, es sin duda, una pieza clave para entender el entramado ideológico y social de la revolución encabezada por Emiliano Zapata entre 1911 y 1919. El Plan Libertador de los Hijos del Estado de Morelos afiliados al Ejército Insurgente que defiende el Plan de San Luis –como también se le conoce- fue elaborado en un contexto poco alentador para el movimiento suriano, debido a que en los meses anteriores, cuando los campesinos de Morelos se levantaron bajo las promesas agraristas del artículo tercero del Plan de San Luis, los episodios de violencia encabezados por los rebeldes sureños, se vieron dirigidos contra las élites representantes del régimen porfirista.
     Esto conllevó a una dura campaña de desprestigio contra el zapatismo, encabezada principalmente por los sectores conservadores locales y la prensa de la Ciudad de México, en donde se tildaba a los surianos como bandidos y criminales, a pesar de haber ayudado al derrocamiento del sistema porfiriano en la zona centro del país. Esta ofensiva mediática conllevó a replantear los objetivos de la lucha campesina, para despojarse de todos aquellos calificativos que cuestionaban el carácter de su insurrección, y ver cumplidas las promesas burladas por el otrora cabeza del movimiento armado en México, Francisco I. Madero. Es así que a finales de noviembre de 1911 se promulga el ya citado Plan de Ayala.[1]
     El Plan de Ayala, además de contener las directrices ideológicas de la lucha contra el gobierno mexicano, poseía dentro de su corpus un estricto código de valores, basado en los usos y costumbres de la sociedad campesina del centro de México; dentro de sus líneas podemos encontrar además del objetivo legitimador y propagandístico, pieza clave de su promulgación, un fuerte vínculo para con la sociedad campesina del estado de Morelos. Es así que este documento, dotado de fuertes elementos de modernidad en su contenido ideológico, fue la bandera de un grupo de hombres armados en derredor de un fin común, la reivindicación agraria. A partir de esto –tal y como lo menciona Salvador Rueda- el zapatismo se descubre como un grupo preocupado por cuidar el orden social, promoviendo la justicia como propósito de la revolución,[2] dejando ver entre claro el objeto que legitimaba su causa, en pro de los sectores menos favorecidos de la sociedad mexicana, mediante la directriz de un proyecto político y social formado en derredor de las necesidades históricas del campesinado.
     Parecería que a partir de 1911 la lucha zapatista se llevaría a cabo bajo los preceptos éticos y morales impuestos por el Plan de Ayala, pero caso contrario resultó ser, debido al colapso e ineficacia de nuevos mecanismo del control, por lo que la anarquía y la destrucción se difundieron rápidamente por el estado de Morelos, principalmente en aquellas zonas donde el zapatismo tenía poco control e influencia, propiciando así, el surgimiento de cuadrillas de bandidos.[3] Esta razón puso rápidamente en jaque al primer jefe de la revolución Emiliano Zapata y a la Junta Revolucionaria, por lo que rápidamente se dieron a la tarea de emitir manifiestos encaminados a persuadir a los jefes rebeldes locales, para exterminar a los bandoleros que tomaban el nombre de la revolución para cometer una serie de atropellos contra la población civil.[4]
     John Womack menciona que quizá uno de los objetivos por los cuales los zapatistas estipularon como parte central de su política interna, el restablecimiento de garantías para los pueblos, campos y caminos, fue evitar la competencia con grupos de forajidos en lo tocante a la venta de protección a las haciendas, muchas de las cuales no habían sido tocadas por la revolución hasta ese momento, principalmente por los recursos económicos que se podían extraer de ellas.[5] Esto podría ser considerado como uno de los motivos principales, además de tener en cuenta que dichos medios de producción, pasarían a manos de los campesinos para cuando la revolución terminara, es por eso que Zapata advirtió a sus oficiales en su manifiesto del 25 de diciembre de 1911, el orden y la disciplina de las tropas a su cargo, para conseguir más adictos a la lucha que estaban emprendiendo. Es así que desde los meses que siguieron a la promulgación del Plan de Ayala, la obtención de haberes y pertrechos del ejército zapatista provenía principalmente del pueblo que lo sostenía.[6]  
     De esta manera el bandolerismo era considerado por el zapatismo como un acto de disolución social, practica que era contraria a las leyes e ideales estipulados por el grupo revolucionario del sur, por lo que no fueron tolerantes con la delincuencia y en ocasiones, la justicia llegó a caer sobre los hombres que traicionaban dichos preceptos.[7] En lo que concierne al aparato de justicia interno, Salvador Rueda menciona que los procedimientos penales seguían los lineamientos acostumbrados de la jurisdicción liberal del siglo XIX, prosiguiendo de la siguiente forma: consignación escrita de la queja, citatorio de los involucrados, careos, declaraciones en acta levantada, investigación, diligencias y resolución del problema.[8] Muchos de los documentos que conciernen a este aparato de justicia del zapatismo, afortunadamente se encuentran compilados en los archivos, en donde podemos observar que a partir de la creación del Cuartel General Zapatista, a finales de 1913, la organización del Ejército Libertador del Sur se profesionalizó, centralizando así la autoridad bajo la cual los distintos jefes locales y autoridades civiles debían someterse, esto agilizó de cierta manera el control de las tropas en el área de influencia zapatista.
     El Cuartel General tal y como se puede observar en los archivos, tenía la función de un órgano de gobierno, legislando las necesidades que surgían dentro de las comunidades y los grupos guerrilleros, imprimiendo dirección y organización al movimiento revolucionario, por lo que muchos de los documentos que conciernen a la disciplina de la tropa, se encuentran mejor organizados a partir del año de 1914, fecha en la cual el zapatismo ayudó a derrocar junto con las fuerzas del norte al gobierno de Victoriano Huerta.[9] Para los años de 1914-1915, el zapatismo ya constituía una fuerza política que mantenía bajo su mando el estado de Morelos y algunos territorios de los estados circunvecinos, por lo que pudo aplicar eficazmente un control sobre las decisiones que se tomaban bajo su territorio, es decir, controlaba la producción de las haciendas que no habían sido destruidas en años anteriores, obteniendo ganancias que se destinaban principalmente para continuar con la guerra, instauración de autoridades civiles en los puestos de gobierno, ayuda y pensiones para los huérfanos y viudas de la revolución.[10]
     Con esto podemos entender que durante los años en los que el zapatismo controló el estado de Morelos, continuaba persiguiéndose la misma línea bajo la cual había sido promulgado el Plan de Ayala, a pesar del panorama nacional, en donde la ruptura con el Constitucionalismo, provocó nuevamente inestabilidad entre los grupos revolucionarios; aún con todo esto, el zapatismo continuó con la administración de los asuntos políticos, económicos y sociales que constituían parte de su política interna.[11]
     Laura Espejel menciona que esta denominada política interna funcionaba en relación con los intereses primordiales de las comunidades, las cuales eran gestoras de la fuerza armada y pilares primordiales de la lucha;[12] por eso mismo, era parte imprescindible de la agenda zapatista mantener buenas relaciones con los denominados pacíficos, principalmente para consolidar la ayuda recíproca entre ambas partes. Como se puede observar, buena parte de la legitimidad que gozaba el zapatismo provenía de esta cuestión, pues como grupo revolucionario esas eran principalmente sus tareas para con la población; además, como parte importante de esta administración al interior del estado de Morelos, se encontraba la justicia, elemento primordial de las relaciones entre ambas partes, pues la revolución del sur representó la autoridad en su territorio durante los meses en los que el gobierno de la Convención pudo mantenerse, antes de la derrota ante el Constitucionalismo.
     Cuidar el prestigio de la causa resultaba imprescindible, por lo que se precisaba mantener un estricto control sobre el ejército, con el objetivo de cuidar y mantener la imagen del verdadero revolucionario; cuestión que resultó ser bastante compleja, debido a que no muchos efectivos del Ejército Libertador del Sur seguían al pie de la letra los preceptos del Plan de Ayala, ni de los distintos manifiestos encauzados a preservar el orden y la disciplina.
     Dentro de los archivos del Ejército Libertador del Sur salen a la luz decenas de documentos que nos muestran cual era la cotidianidad que se vivía dentro de la zona zapatista, en donde las tropas revolucionarias abusaban de las poblaciones que encontraban a su paso, a pesar del intento de Zapata y sus principales jefes por contener los abusos contra los pacíficos. En una carta del 30 de octubre de 1914, el coronel Vides Barona comunica al general en jefe, llamar la atención de los hombres del general Modesto Rangel, quienes cometieron una serie de abusos en el pueblo de Chiltepec, Edo, de México, en donde quemaron y robaron cultivos, asaltaron casas e injuriaron a la población. Ante esta situación, se le pide a Zapata intervenir en nombre del pueblo, con el objetivo de que Rangel y sus hombres no cometan abusos ni mancillen la honra de la revolución.[13]
     En otras situaciones, el secretario del Cuartel General o el mismo Zapata, exigen la reparación del daño o que se presente al culpable ante las autoridades revolucionarias, las cuales, a través de un juez militar,  se encargarían de dictaminar la sentencia contra los abusivos. Por medio de estas cartas provenientes desde las distintas plazas ocupadas por el Ejército Libertador del Sur, se le hacía saber a la cabeza rectora del movimiento cual era la situación de esas localidades y la forma en la que debían actuar ante este tipo de sucesos. La forma de proceder para este tipo de circunstancias, como bien ya se ha mencionado, era el traslado del prisionero, el cual recibía sentencia en base a la gravedad del delito cometido; pero lo cierto es, que en ocasiones la justicia llegaba por parte de los jefes guerrilleros, quienes no esperaban que la sentencia al criminal fuera dictada por el Cuartel General y actuaban por cuenta propia;[14] el castigo para el delito de homicidio era la muerte, y para lo menos graves encarcelamiento o castigo físico.[15]
     Muchos de los desmanes cometidos por los elementos del ejército zapatista provocaron un fuerte conflicto en las comunidades, sobre todo en el aspecto de la recaudación de haberes y pertrechos, por lo que la situación de esas plazas era insostenible debido al constante acoso y abusos cometidos por los revolucionarios contra la vida y las propiedades de los pacíficos. Ante estos hechos las autoridades civiles y pobladores notificaban a Emiliano Zapata de las acciones cometidas por la tropa contra sus intereses, merece la pena resaltar que entre las quejas más constantes se encontraban los asesinatos, extorsiones, robo con violencia de forraje, alcohol, cultivos, ganado y abuso sexual. Ante estas situaciones que complicaban la existencia de los pacíficos, las peticiones exigiendo garantías, justicia y protección para las comunidades no se hicieron esperar. Un  ejemplo de ello, son las solicitudes enviadas desde diversos puntos ocupados por el ejército rebelde en donde se denuncian distintos hechos violentos cometidos por los zapatistas contra la población civil, ejemplo de ello es la carta enviada por Genaro Portillo desde Puente de Ixtla, Morelos:
Señor General, Emiliano Zapata, jefe Supremo de la Revolución de la República
Presente.

GENARO PORTILLO, vecino de la Villa de Puente de Ixtla, ante usted con todo respeto vengo á exponer:

Que anoche como á las ocho de ella, se presentó á mi casa habitación, donde tengo establecido un pequeño Tendajón; el soldado Benjamín López, -- que pertenece a la sección del coronel Trinidad Peralta, de las fuerzas que comanda, por aquella zona, el señor coronel Saavedra, dicho soldado con palabras obcenas y altaneras habló a mi esposa Magdalena Pérez, exigiéndole la venta de copas de alcohol, y porque á ello se negó, procedió contra ella dándole de guantadas en el rostro, y al darme cuenta de tal procedimiento y al estar yo dentro de la casa, salí á pedir auxilio á las autoridades á quienes en esa hora me fué difícil encontrar: en ese tiempo yo perdía sin ningún éxito, llegaron otros soldados de la misma Sección y se llevaron de mi casa para el Cuartel á mi citada esposa, con el fin de violarla a todo placer con los instintos que abriga la gente que carece de sentimiento decorosos: mi referida esposa se quejó para ante el Señor Coronel Peralta, mediando en ello las súplicas de un niño de la edad de siente años, lo que bastó para dejarla en libertad.
Señor General: Usted es nuestro protector concediéndonos garantías en nuestras personas, hogares é intereses, para que vivamos con libertad gozando de entera pacificación y por lo mismo vengo ante la reconocida justificación de Usted á pedirle con encarecimiento, se digne decretar nó se sigan cometiendo abusos y vejaciones de tal naturaleza conmigo y mi familia, pues es bien triste y de lamentar que un esposo presencie ó llegue á su conocimiento se cometan actos impúdicos con su esposa. En mi humilde concepto creo no le será á Usted enojosa mi queja desde el momento en que disfruto de la garantía de ser libre para quejarme en la actualidad, así mismo entiendo que antes de hoy no se nos atendía en justicia, porque no eramos oídos por ninguna de las autoridades pasadas.

Libertad justicia y Ley
6 de noviembre de 1914, Puente de Ixtla, Morelos.

Génaro Portillo [Rúbrica][16]

     Ante estas situaciones el Cuartel General expedía garantías para los quejosos y encomendaba a los jefes locales el control de sus tropas, con el objetivo de prevenir futuros desmanes y así asegurar el futuro de la causa. Incluso los mismos líderes locales, enviaban a Zapata solicitudes para aprehender a elementos que cometían abusos contra sus compañeros de armas. Estos militares denunciaban constantemente el desconocimiento de la causa por sus correligionarios, ya que los mismos se dedicaban a aterrorizar a las poblaciones que encontraban a su paso, cometiendo saqueos y los crímenes anteriormente mencionados, cuestión que obligó a la cabeza rectora del movimiento a emitir llamados al orden hacia sus subalternos, por citar un  ejemplo, tenemos el mensaje de Emiliano Zapata dirigido al general Francisco V. Pacheco en donde le pide:

Esta superioridad tiene conocimiento de los constantes saqueos que á llevado a cabo el coronel Julian Gallegos y su tropa, pidiendo mencionarle el saqueo de una tienda de abarrotes y de una zapatería en San Angel.
Como estos abusos constituyen una gran responsabilidad para el coronel Julián Gallegos, recomiendo a usted se sirva llamarlo al orden con energía para que ponga remedio a estos abusos, y nó permita que su gente cometa estos atentados; pues usted bien sabe que estos abusos desprestigian nó solamente a usted, sino a la revolución en general, y esto, de ninguna manera debemos permitirlo, lo que hago saber a usted para su conocimiento y gobierno.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

Cuernavaca, febrero de 1915
Por el general Emiliano Zapata, jefe supremo del Ejército Libertador.
[Rúbrica][17]

     A pesar de todas estas indicaciones merecedoras de sanciones para los soldados abusivos, la justicia pocas veces llegó para aquellos civiles que fueron victimas de acciones depredatorias, ya que la única sanción que se daba en muchos casos a los bandidos, era el llamado al orden y a la disciplina impuestos por el Plan de Ayala; cuestión que a la larga iría provocando incertidumbre, inseguridad, desconfianza y malestar de la población civil hacia el ejército zapatista, sobre todo a partir del año de 1915, cuando los recursos comenzaron a escasear y se libraba la guerra contra el constitucionalismo.[18] Cabe la pena mencionar que muchos de estos delitos, se practicaban bajo total impunidad y solapamiento de algunos jefes rebeldes hacia sus subalternos, cuestión con la que el Cuartel General no podía lidiar del todo. Sobre ésta problemática, Felipe Ávila explica que quizá una de las causas que propiciaron el encubrimiento de estas prácticas delictivas, fue la red de lealtades y complicidad forjada dentro del ejército rebelde, la cual provocó una intensa competencia por los recursos materiales cada vez más escasos, aumentando así, las rivalidades dentro del mismo bando, obstaculizando la eficacia por llevar a los abusivos ante las autoridades, cuestión que fue base para una serie de problemas y contradicciones dentro del movimiento.[19]
     Esta lucha por la sobrevivencia como hemos visto, se vio reflejada en una dinámica de prestamos forzosos por los zapatistas y resistencia por parte de las comunidades que sostenían al movimiento, pero también es importante hablar de las motivaciones de estos individuos para actuar de esta manera contra las poblaciones que habían jurado defender. Es claro que muchos de ellos, motivados por un deseo de venganza y remuneración económica, se unieron al movimiento desde un principio, ya que la violencia emanada por la revolución era el vehículo perfecto para satisfacer sus necesidades más inmediatas, a expensas de la sobrevivencia de otros individuos, que después del año de 1914 con la desaparición del régimen hacendario, serían los campesinos del estado de Morelos. Otro factor que quizá podría considerarse, es el sentimiento de que Emiliano Zapata y su programa  no les proveía las recompensas necesarias, por esta razón el bandidaje proliferó en muchas zonas alejadas del centro de mando, sobre todo cuando dichos individuos desconocían la causa y sólo se dedicaban a aterrorizar a las poblaciones.[20] Pero quizá el motivo que más resalta y más se ha hecho notar, es que a partir de la desaparición de los aparatos de control estatales impuestos por el régimen porfirista y el monopolio de la violencia controlado por el Ejército Libertador del Sur a partir del año de 1914, provocó que muchos de los alzados se sintieran con la legitimidad de efectuar todos estos abusos contra los pacíficos, sobre todo en el aspecto de recolectar haberes para continuar con la revolución, en donde salieron a la luz una serie de patologías destructivas encaminadas a acciones violentas, cuestión que como hemos visto provocó una serie de conflictos y tensiones al interior del aparato estatal impuesto por el zapatismo en su área de influencia.
   
Conclusiones.

En conclusión, a partir de las ideas expuestas en este breve ensayo, podemos tener una idea a partir de las fuentes consultadas, sobre cual era la situación en la que vivieron las poblaciones que estuvieron bajo el área de influencia del zapatismo durante los años 1914-1915. Si bien, esto no constituye un trabajo completo, los resultados obtenidos hasta el momento nos pueden ayudar a vislumbrar cual era la relación del movimiento zapatista con los pacíficos; un nexo que como hemos visto tuvo sus altibajos, consecuencia de los constantes abusos perpetrados por miembros del Ejército Libertador, los cuales generaron una violencia endémica que partía inicialmente de la escasez de recursos para continuar con la revolución. Esto sin duda es pieza clave para comprender el desarrollo de la lucha del zapatismo en los años posteriores a 1915, en donde la legitimidad del movimiento no decayó del todo, pero como consecuencia de la insuficiencia de haberes para continuar con la causa, fue casi imposible para el zapatismo mantener una zona de control fija ante los embates del ejército Constitucionalista.
     Sin duda esta clase de trabajos nos pueden ayudar a comprender cual era la cotidianidad que vivían las comunidades y sus habitantes en un entorno de guerra, en donde la violencia se hacía presente en cada momento; es así que para tener una visión más completa del movimiento zapatista, es necesario echar mano de los testimonios de todos aquellos hombres y mujeres que se mantuvieron al margen o participaron en la revolución, con la intención de tener un panorama más amplio que nos permita acercarnos de manera objetiva al día a día de un movimiento social como lo fue la revolución mexicana. Es así que mediante el estudio de los archivos zapatistas y la historia oral, podemos tener una aproximación más a fondo sobre las contradicciones que surgieron dentro del zapatismo, las cuales no se basaban en un antagonismo de clase, sino en la lucha por la sobrevivencia de las clases subalternas, las cuales, ante la inseguridad sobre su propia vida y sus intereses materiales, forjaron una resistencia que afectó las relaciones entre ambas partes, a pesar de los intentos del Zapata y sus principales jefes por conducir la revolución por el camino del orden y la justicia.



[1] Francisco Pineda Gómez, La irrupción zapatista, México, Ediciones Era, 1997, p. 192-193.
[2] Salvador Rueda Smithers, “Hacia una relectura del Plan de Ayala” en Edgar Castro Zapata y Francisco Pineda Gómez (Comps.), A cien años del Plan de Ayala, México, Ediciones Era – Fundación Zapata y los herederos de la revolución A.C., 2013, p. 31.
[3] Alan Knight, La Revolución Mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 2010,  p. 467.
[4] John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, 13 ed, México, Siglo XXI, 1984, p. 117.
[5] ibidem,  p. 128.
[6] ibidem
[7] Rueda, op cit, p. 43
[8] ibidem, p. 42
[9] Laura Espejel López, El Cuartel General Zapatista: 1914-1915, Documentos del Fondo Emiliano Zapata del Archivo General de la Nación, v. 1, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, p. 23. (colección fuentes).
[10] ibidem, p. 24.
[11]Laura Espejel, Salvador Rueda Smithers, El programa político zapatista, México, Seminario de movimientos campesinos del siglo XX, Dirección de Estudios Históricos – Instituto Nacional de Antropología e Historia, s. a, p. 9.
[12] ibidem, p. 5.
[13] El coronel Vides Barona solicita a Emiliano Zapata que se llame la atención a los Coroneles Modesto Rangel y Severo Vargas, 30 de octubre de 1914, Archivo General de la Nación, caja.1, exp. 22, f. 71
[14] El general Everardo González comunica a Manuel Palafox la aprehensión y fusilamiento de un hombre del general Jesús Cázares, quien asesinó a un pacífico, Chalco, 15 de enero de 1915, Archivo General de la Nación, caja. 4, exp. 1., f.39
[15] Rueda, op cit, p. 38.
[16] Genaro Portillo pide garantías a Emiliano Zapata para que cesen los abusos contra él y su familia, 6 de noviembre de 1914, Archivo General de la Nación, caja. 2, exp. 1, fs. 41-42, Franciso Reyes, presidente del Pueblo de Cuijingo Edo. de Méx, se queja ante Emiliano Zapata de atropellos de jefes revolucionarios, 23 de octubre de 1914, ibidem, caja 1, exp. 22, fs. 38-39, Guadalupe Figueroa denuncia al soldado Pedro Balbuena por asesinato, 2 de febrero de 1915, ibidem, caja 4, exp. 2, f. 182, Jesús Sánchez y cuatro firmantes más denuncian robo de ganado por el coronel Julio Pineda, 6 de febrero de 1915, ibidem, caja 5, exp. 1, f. 19
[17] Emiliano Zapata pide al general Francisco V. Pacheco llamar al orden a las tropas del coronel Julián gallegos, quienes cometen saqueos en el Distrito Federal, 19 de febrero de 1915, Archivo General de la Nación, caja 5, exp. 3, f. 118,
[18] Juan Carlos Vélez Rendón, Expresiones de desacato y malestar en un entorno de guerra. Autonomía y protesta civil en el sur y centro de México. 1913-1917, Universidad de Antioquia – El Colegio de México, Historia Mexicana, V. LXIII, Núm, 1, 2013, p. 230.
[19] Felipe Avila, “Los conflictos internos del zapatismo”, en Horacio Crespo (Coord), Historia de Morelos. Tierra, Gente, Tiempos del sur, México, Congreso del Estado de Morelos – UAEM, 2011, p. 341
[20] Samuel Brunk, The Sad Situation of Civilians and Soldiers: The Banditry of Zapatismo in The Mexican Revolution, The American Historical Review, v. 101, No. 2, abril 1996, p. 350

lunes, 2 de junio de 2014

Insurrección popular.


Portillo Motte Óscar Augusto
FFyL-UNAM
[junio de 2014]


Hacia una historia social de la independencia.
Bases sociales de la insurgencia y la violencia en el Bajío: 1810.


En este análisis me propongo explicar las bases sociales de la insurgencia y los mecanismos de violencia, utilizados por las clases populares en contra de las elites representantes del dominio colonial en la Nueva España; un problema en el que no muchos historiadores incursionan, debido a la dificultad que este tipo de estudios representan, principalmente por ser un aspecto en donde los sujetos históricos no se encuentran completamente definidos, principalmente por la cuestión de no haber dejado un registro del cual se pueda echar mano para formular una serie de cuestionamientos, sobre su participación en los acontecimientos del pasado.
     Se analizarán las condiciones económicas y sociales de la época, principalmente en el Bajío a finales del siglo XVIII y principios del XIX, para explicar cuales fueron las detonantes que propiciaron la insurrección popular en esta zona, tras el llamamiento de Hidalgo en septiembre de 1810. Consideraremos el papel de las transformaciones agrarias ocurridas durante el siglo XVIII en la región, y aspectos como la injusticia social y los agravios morales cometidos por la clase propietaria española, en contra de los trabajadores del campo y las ciudades. Todos estos elementos explicados de manera conjunta nos ayudarán a formular una serie de problemáticas que de manera aislada no explicarían completamente la adhesión de los sectores populares en la lucha por la independencia.
     La pertinencia de este tipo de estudios radica en que muchas veces los historiadores que se dedican a hacer historia de las multitudes o historia desde abajo, solamente muestran a las clases subalternas como un grupo social predispuesto a la violencia, carente de aspiraciones de todo tipo, o meros instrumentos que sirven a la elite para el cumplimiento de determinados fines políticos. En este estudio se abordarán distintas caras de la multitud, la cual se rebela por una serie de injusticias cometidas en contra de su estabilidad económica, las cuales generan condiciones propicias para la insurrección armada.
     Mediante el análisis de especialistas que se dedican a estudiar las bases sociales de la violencia en la lucha independiente como John Tutino, Eric Van Young y Marco Antonio Landavazo, explicaremos las condiciones políticas, económicas y sociales de la época, para entender las cuestiones que orillaron a los pobres de la ciudad y el campo a sumarse al llamado a las armas en 1810. Y como marco teórico utilizaremos las obras de autores como Georges Rudé, Barrington Moore y Adolfo Sánchez Vázquez, para examinar el papel que desarrollan las multitudes en la historia y el lugar que ocupan en los movimientos sociales modernos, en donde se expresan ciertas formas de violencia sujetas a determinados tipo de relaciones sociales de producción.
     Mediante la exposición de las condiciones económicas y sociales de finales del siglo XVIII y principios del XIX en el Bajío, se expondrá de manera concisa los motivos ideológicos por los cuales los sectores populares de esta región tomaron las armas, y finalmente analizaremos el papel de la violencia insurgente, como un elemento que nos ayudará a tener una visión maniquea de estas clases subalternas, con el objetivo de no tener una idealización con respecto a los movimientos sociales en la historia de México.

I. Hacia la insurrección.
     John Tutino en su libro De la insurrección a la revolución en México: las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, menciona que la revuelta iniciada por el cura del pueblo Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, en el mes de septiembre de 1810, hubiera pasado a la historia de las conspiraciones en contra del dominio español, como una de tantas, sin embargo la particularidad de la rebelión de Hidalgo, reside básicamente en el componente social que apoyó la protesta, la cual enarbolaba la emancipación del virreinato de la Nueva España de su metrópoli europea.[1] Es así que la gran mayoría de la gente que conformaba los ejércitos insurgentes durante la primera fase del movimiento, pertenecía a los estratos inferiores de la sociedad novohispana, motivo por el cual debe considerarse a esta etapa de la revolución de independencia, como el primer movimiento de masas de la historia moderna de México. 
    Un movimiento que poco o nada tenía que ver con las aspiraciones políticas de la elite ilustrada que lo dirigía, sin embargo esta es la cuestión que nos atañe investigar, sobre todo para entender cuales son las motivaciones de los hombres y mujeres que rápidamente se sumaron a la revuelta de 1810; los cuales han sido tratados por distintos historiadores que han estudiado las bases sociales de la insurgencia, como un fenómeno abstracto, sin cara y sin identidad, en donde la multitud solamente se entrega a sus más bajos instintos en una orgía de sangre, barbarie y destrucción. Existen un sinnúmero de motivos por los cuales la gente se rebeló en contra de las autoridades virreinales y los aparatos de control estatales, justificaciones que van desde meras causas de reivindicación social, sentimientos de injusticia y motivos económicos. Todas estas explicaciones en su conjunto son válidas y cada una es igual de confiable que la otra, pero no debemos considerarlas de manera aislada, sino en un conjunto que nos permita vislumbrar los orígenes y las condiciones políticas, económicas y sociales de principios del siglo XIX en México.
     En un primer aspecto debemos de tener en cuenta el carácter local de la insurrección, en donde su principal escenario fue el Bajío, una región cuyo desarrollo económico fue completamente diferente al del altiplano central, principalmente por las características geográficas del medio, las cuales eran propicias para la instauración de grandes latifundios dedicados a la producción de alimentos y ganadería de todo tipo. De esta forma el Bajío fue creando una estructura agraria completamente distinta a la del resto del territorio conquistado por los españoles a partir del siglo XVI, por lo que adquirió características económicas y sociales distintas, sobre todo por la presión demográfica, en donde el auge de la minería y de la economía agrícola comercial, empezó a crear condiciones de vida más favorables para la gran cantidad de mano de obra que emigraba a esta región, en busca de mejores oportunidades.[2]
     La escasez de mano de obra en la región del Bajío provocó un gran movimiento migratorio de mano de obra campesina, cuestión que para el siglo XVIII determinaría por completo la estructura económica de la zona, principalmente por la combinación de una serie de factores, entre los que podemos encontrar un claro aumento de la población y el interés de las elites en incursionar en otro tipo de cultivos agrícolas; una medida que sería decisiva para comprender las posteriores crisis alimenticias, que aunadas a los fenómenos meteorológicos de 1785, 1808 y 1810, en donde hubo un claro descenso en la producción de maíz (un cultivo de básica necesidad para la subsistencia de los estratos inferiores de la sociedad novohispana) generaría a la postre una crisis de subsistencia y especulación sobre los precios del grano, originando importantes trasformaciones económicas que repercutieron en todos los sectores económicos de la región, suscitando un estancamiento en todos los sectores de la producción como la minería, el comercio y finalmente la agricultura.[3]
    Todo esto lo podemos enmarcar en el panorama de lo ya sabido, pues historiadores como John Tutino y Eric Van Young, nos han hablado sobre este tema en sus respectivas obras, pero la pregunta ante todo este fuerte entramado de crisis alimentarias y agrícolas anteriores al estallido social de 1810, es llevar a cabo un cuestionamiento sobre las formas en que estos problemas económicos inminentemente agrarios, generaron una reacción en cadena que llevó al desplome de los otros sectores y por ende a una crisis generalizada, que afectó directamente a los trabajadores de minas, fábricas textiles, jornaleros, arrendatarios, etc. Esto último lo podemos relacionar a la disminución de los puestos de trabajo, en donde la clase trabajadora de la época acumulaba mayor inseguridad y pobreza, aunado a la difícil situación alimenticia que propició hambrunas durante el último cuarto del siglo XVIII y principios del XIX.
     Por otro lado la clase terrateniente y propietaria de minas, aplicaba ciertas medidas para proteger sus capitales de la crisis regional, medidas que como bien se ha mencionado iban encaminadas a la disminución de puestos de trabajo y salarios, empeorando así las condiciones de subsistencia y recrudeciendo las relaciones sociales entre las elites y los pobres del campo y las ciudades del Bajío.[4] Como podemos observar esta crisis no sólo afectó a los habitantes del campo, sino también a los de las ciudades, en donde se postraban importantes centros mineros y fabriles, por lo que esta crisis rápidamente se extendió por toda la región, cuestión que podríamos considerar como un elemento importante en la adhesión de población urbana a la rebelión de Hidalgo en 1810.
     De esta manera es como podemos concebir el panorama general de las condiciones económicas y sociales del Bajío a finales del periodo colonial, las cuales generarían un descontento generalizado por parte de los trabajadores del campo y la ciudad, principalmente al ver afectados sus medios de subsistencia; sin embargo, para tener una visión más completa del complejo entramado de la insurrección, no debemos considerar únicamente el papel que juega el aspecto económico y sus repercusiones sociales, ya que si lo consideramos como el elemento principal de la rebelión, caeríamos en una mera simplificación, una cuestión bastante peligrosa para el historiador que por motivos ideológicos simpatice con los movimientos de masas y las insurrecciones; esto último nos llevaría a caer en lo que Georges Rudé ha denominado un materialismo vulgar, al considerar que los problemas económicos inmediatos, es decir las épocas de crisis en este caso, son la única explicación valida a todo tipo de intranquilidad popular y por ende fuente directa de una serie de disturbios asociados a revueltas del hambre.[5]
     Las revueltas no suceden directamente en los instantes de depresión económica, a esto deberíamos agregarle la conjunción de otro tipo de elementos que orillan a los pobres del campo y la ciudad a tomar las armas en contra del poder constituido, esto no significa que debemos olvidar el importante papel que juega la transformación agraria de mediados y finales del siglo XVIII, la cual creó las precondiciones de un levantamiento armado masivo.[6]
     Sin embargo los orígenes de la revuelta van más allá de problemáticas materiales inmediatas, se desenvuelven directamente bajo el discurso de las elites que guían a la masa en un alegato de cambio y transformación política; en este aspecto vale la pena mencionar el papel ideológico de la elite criolla dirigente del movimiento, la cual centra sus políticas en contra del régimen español y canaliza la energía de la protesta hacia fines más políticos que sociales, una cuestión que nos sirve para comprender la forma en que se llevaron a cabo los primeros conatos de insurrección, y la violencia ejercida por parte del pueblo en contra de las autoridades españolas[7]; estas consideraciones ideológicas desempeñaron un papel muy importante en la movilización popular en el año de 1810, en donde las proclamas de Hidalgo se combinaban con la crisis generalizada del Bajío, en donde la estructura social y económica puso en peligro la vida misma; estos elementos pudieron haber generado una simbiosis que propició a las masas a arriesgar la vida misma en busca de un cambio.[8]
     Si bien la crisis de 1808 surgida tras la invasión Napoleónica a España, determinó en cierta medida la arena política que la elite ilustrada de la Nueva España aprovechó para conspirar en contra del dominio virreinal, esto no fue una cuestión que afectara directamente las bases sociales de la insurgencia, debido a la inexistencia de un vínculo político de los ejércitos insurgentes con los problemas de su metrópoli, por esta razón se debe descartar la idea de que la ilustración y los problemas políticos en Europa fueran el origen de la insurrección popular. Pero ¿Qué otros factores influyeron en la gran masa de trabajadores y campesinos a enrolarse en el ejército insurgente?,  entre todos los problemas ya mencionados, habría que insertar la cuestión de la injusticia social, un elemento de gran valía para entender toda una serie de implicaciones ideológicas y el análisis de la violencia ejercida por los sectores populares en la insurrección de 1810. La insurrección en primera medida representó la válvula de escape para el gran contingente social que se sumó al llamado de Hidalgo, principalmente por la crisis generalizada de la región, en donde la agudización de los problemas sociales eran dificultades a la orden del día, debido al rápido desarrollo de la pobreza, generado por la especulación de la elite peninsular en los precios de los medios de subsistencia. Esto rápidamente generaría un cierto descontento social, por ser una cuestión que recientemente los habitantes de la zona del Bajío comenzaban a sufrir, por lo que su situación rápidamente empezó a empeorar, un aspecto del que John Tutino hace mención en su obra diciendo:
“Lo crucial, pues, no es que los pobres del campo en el Bajío tuviesen pobreza e inseguridad, sino que padecían dependencia al acumular cada vez mayor pobreza e inseguridad. La agudización de sus problemas tuvo causas sociales evidentes para todos. La pobreza provino de la baja de salarios y de la disminución de los pagos en exceso. La inseguridad fue causada por la falta de empleo permanente y la ampliación de los arrendamientos obligó a muchos el correr el riesgo de malas cosechas. Las elites del Bajío organizaron directamente la transformación agraria que impuso a los pobres del campo a un empeoramiento de su situación… y la mayoría de las familias del agro vivían bajo dependencia de esas elites.”[9]
     Una cuestión que vale la pena mencionar con respecto al levantamiento  armado, es que si bien los cimientos que lo propiciaron son las crisis de las que ya hemos hablado, y la injusticia representada por los abusos cometidos por la elite peninsular en contra de los sectores populares; esta fue una experiencia completamente novedosa para los campesinos y pobladores urbanos del Bajío, por ser una cuestión que con anterioridad no se había presentado. Lo sucedido a finales del siglo XVIII y principios del XIX era una cuestión que la gente de esta región jamás había presenciado, pues la pobreza y el desempleo generaron resentimientos contra los agentes intermedios del poder estatal y las clases superiores[10], pues estos problemas eran asociados inminentemente a las elites, como los principales responsables del injusto agravio moral. La rebelión en este sentido puede entenderse no como una cuestión espontánea, sino como la acumulación de ciertos resentimientos dispuestos a estallar, siempre y cuando se den las condiciones propicias para desafiar a la autoridad ante la injusta situación de las clases desposeídas.
     Nos ha quedado claro que los motivos de la insurrección popular distan bastante de las proclamas políticas de la elite ilustrada criolla, pero tampoco debemos concebir a la multitud que participó en la lucha insurgente, como un grupo social sin aspiraciones, que sólo se une a las luchas armadas para complacer sus más bajos deseos: La inclinación al pillaje, el dinero, la violación o el propósito sombrío de satisfacer sus mas oscuros instintos criminales, esta es la visión que muchas veces los historiadores cuya posición ideológica es completamente opuesta a las luchas sociales, tratan de mostrar sobre las multitudes y su acción en la historia. Los grandes contingentes sociales que se enfrascan en las luchas revolucionarias no tienen como primera necesidad el deseo de sangre, la multitud se levanta, tal como lo señala Rudé, con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida, elevar salarios, resistir a las intromisiones en su posesión de la tierra, proteger sus medios de subsistencia y sobre todo asegurar una provisión constante de alimentos buenos y abundantes.[11]
     La aspiración del gran contingente social que se suma a las protestas es simplemente regresar a un tiempo idealizado en el que no se cometían tantos abusos o en el que se creía vivir mejor, sin hambre ni opresión. Las revueltas como la del inicio de la lucha independiente de México en los años 1810-1811, son rebeliones que se alimentan de un gran malestar social y que al carecer un discurso político entre la muchedumbre, expresan la rabia y la desesperación de manera ingenua, que en este caso tuvo su representación en una inusitada violencia en contra de los españoles y sus propiedades.
II. Violencia.    
     Como bien se ha mencionado el agravio moral conduce directamente a un sentimiento de injusticia por parte de los sectores populares de la sociedad, y esto lo podemos ver claramente ejemplificado en las expresiones de violencia efectuadas por el ejército insurgente al mando de Hidalgo en el año de 1810. Las formas en las que estos agravios son remediados tienen una repercusión directa en el orden social establecido, mediante un deseo de venganza, y la forma institucional que ésta toma, se hace presente mediante un baño de sangre[12], tal y como lo podemos percibir en los primeros años de la lucha por la independencia de México.
     La violencia es un elemento que ha estado presente en todos los episodios de la historia de la humanidad, la historia misma es violencia, en definitiva tal y como lo señala Karl Marx, esta es la partera de la historia.[13] Adolfo Sánchez Vázquez en su obra Filosofía de la praxis, expone el concepto de violencia sartreano, el cual responde mejor a la problemática aquí planteada,  diciendo:
“La idea sartreana de la violencia descansa, pues, sobre el concepto de escasez, ya que ésta es para el fundamento mismo de la división y oposición entre los hombres. Hay relaciones violentas porque la escasez hace ver al otro como un peligro. En el campo social la actitud que guardo hacia el otro, se halla determinada por la conciencia de su peligrosidad, habida cuenta de la escasez. Los hombres se enfrentan no como piensa el marxismo, es decir, en virtud de que objetivamente se hallan en situaciones opuestas por lo que toca a la propiedad sobre los medios de producción…”[14]
    En relación a esta cuestión expuesta, podríamos considerar que el origen y el recrudecimiento de la violencia popular en contra de las elites españolas, se originó principalmente por los motivos mencionados páginas arriba, en donde la cuestión económica tuvo una repercusión directa, aunado a la injusticia social de la época. En donde lejos de conseguir transformaciones de carácter político y social, los principios de la insurrección popular estaban basados en aspiraciones meramente económicas, en donde la violencia encontró el caldo de cultivo necesario para surgir de la manera en como la explicaremos más adelante.
     Valdría la pena mencionar en un principio la heterogeneidad social de la insurrección popular, una cuestión que a mi parecer es de gran importancia explicar y desarrollar, porque este elemento es quizá una de las determinantes que nos podrían dar una aproximación al problema de esta investigación. El carácter de la revuelta de Hidalgo es eminentemente rural, aunque no se puede negar la participación de trabajadores del sector minero y fabril, sin embargo por las condiciones sociales expuestas con anterioridad, es innegable que la mayoría de la gente que se sumó al movimiento insurgente, tuviera un inminente origen rural. La revuelta de la gente del campo se basa principalmente en una serie de agravios económicos y relaciones de clase conflictivas.[15] Otro aspecto que merece ser mencionado es la cuestión racial, ya que este rubro por menor que parezca es el que proporcionó las estructuras mentales de la rebelión, por ser piedra angular de la violencia en contra de la elite formando ciertos antagonismos de carácter racial.[16]
     La violencia suscitada y ciertos crímenes cometidos en contra de los peninsulares en los primeros días del movimiento de Hidalgo, son resultado de conflictos raciales en donde nace un oscuro instinto de venganza por parte de la muchedumbre enardecida, esta es quizá la parte que más trabajo cueste explicar, sobre todo porque es imposible realizar una idealización de la revuelta popular. Siempre habrá algunos aspectos que orillan a la gente que se suma a las revueltas sociales a desembocar cierto tipo de violencia en contra de sus opresores, siempre y cuando tengan la oportunidad de ejercerla. Como bien se ha mencionado, una parte importante de estos motivos están asociados a un trasfondo económico y social, en la medida en que los peninsulares españoles eran la personificación del dominio colonial, que para principios del siglo XIX se percibía ya como injusto y tiránico, creado por una coyuntura de crisis agrícolas y sequías.[17]
     Marco Antonio Landavazo menciona la línea de acción punitiva de la insurgencia en contra de sus “enemigos de clase”, a través de las acciones emprendidas por parte de una muchedumbre enardecida en contra de los españoles, cuestiones que rompen de cierta manera el esquema teórico aquí planteado, pero que vale la pena presentar. Los principales actos de violencia ejercida por un cierto sector de la insurgencia son:
a) el homicidio, sobre todo la matanza de españoles peninsulares.
b) los ataques a los pueblos, villas y ciudades.
c) el robo y el saqueo.
d) los maltratos, injurias y amenazas.[18]


     Este aspecto fue la característica de la primera fase de la insurgencia, en donde todos los malestares sociales se vieron expresados a través de ciertas manifestaciones de violencia, una cuestión inusitada, tomando en cuenta que los sectores populares nunca la habían ejercido durante los casi 300 años de dominio español en México. Los asesinatos en contra de las elites españolas del Bajío, fueron sin duda una de las expresiones más conspicuas de la violencia subversiva, pues los europeos se convirtieron rápidamente en el objeto por excelencia de la hostilidad popular. Quizá la mayor expresión de violencia subversiva mostrada durante esta etapa de la guerra de independencia de Mexico, fue la matanza de cerca de 300 españoles en la alhóndiga de Granaditas el 28 de septiembre de 1810, a pocos días de iniciado el movimiento de Hidalgo; es indudable que todos estos actos tuvieran como transfondo un determinado entramado ideológico, en donde la personificación de todos los males acaecidos recientemente, como la hambruna y la pobreza, fueran las elites peninsulares, por este motivo es por el cual podemos explicar la inusitada violencia en su contra.
     Sin embargo no se pueden negar ciertos actos de saqueo y pillaje, orientados a actitudes criminales y de reivindicación social, inducidos por una cierta carga de valores y significados diversos.[19] Esta cuestión nos podría ayudar a comprender las formas en las que muchos hombres actuaron a través del “gachupinicidio”, que es considerada una forma de “catarsis social”, con una multiplicidad de significados y nociones subyacentes, en donde el sentimiento de injusticia y odio se encontraba premeditado en varios actos de desfogue, sobre todo de las tensiones contenidas por la revuelta popular. En las primeras semanas los jefes rebeldes de la insurrección, conscientes de las acciones de la multitud que se había lanzado a un levantamiento más social y más agrario que político, ordenaban a sus seguidores atacar solamente las propiedades de los inmigrantes españoles. John Tutino menciona que en algunos casos, el lugar de nacimiento tenía sin cuidado a la mayoría de los insurgentes, pues estos dirigían sus expresiones de violencia en contra de las elites, por considerarlas causantes de sus recientes situaciones de pobreza e inseguridades.
     Todos estos actos representaron en la época una especie de “pequeño terror” al estilo francés, ya que algunos actos de violencia como las matanzas no eran resultado directo de los descontentos sociales de la multitud, sino acciones consensuadas entre los líderes del movimiento, en donde los peninsulares solían ser aprendidos después de una batalla, y casi inmediatamente después eran llevados al paredón o a la horca, sin que en la mayoría de las ocasiones, hubieran sido sometidos a un juicio previo.[20] Estas expresiones de odio al español las cuales se materializaron en asesinatos y ejecuciones, o en otros casos en el despojo de sus posesiones, son las muestras claras de ciertos resentimientos acumulados en la región del Bajío, por parte de los sectores populares de la sociedad novohispana en contra de las elites peninsulares, una cuestión que nos puede ayudar a explicar de cierta manera el éxito que tuvo la protesta de Hidalgo en la región y el subsecuente el apoyó de la multitud del campo y la ciudad, a raíz de las injusticias dadas en el último periodo colonial. También nos ayuda a explicar el fracaso que a la postre se dio, principalmente por la falta de adeptos en otras regiones del territorio, en donde las condiciones sociales, económicas y culturales distaban mucho de ser las que prevalecieron en el Bajío, principalmente en el altiplano central, en donde existían relaciones sociales completamente distintas a las de la zona donde la rebelión de Hidalgo tuvo mayores adeptos del sector popular.
Conclusión.
     Las explicaciones mostradas en este texto han demostrado las causas que las multitudes del campo y las ciudades del Bajío tuvieron para rebelarse en contra de las autoridades españolas a principios del siglo XIX; tal y como lo he expuesto, las razones por las cuales se originó la insurrección en los sectores populares de esta región, distan de ser meras simplificaciones de un materialismo vulgar, es decir, se le ha dado un peso importante a las cuestiones políticas y económicas de la zona estudiada en este análisis, pero demostramos que estas no fueron propiamente razones contundentes para un levantamiento en masa como el que se presenció en el mes de septiembre de 1810. Bastó simplemente con analizar una serie de factores sujetos al andamiaje de la superestructura, para llevar a cabo el desarrollo de un tema que por la naturaleza de su estudio se puede presentar de una manera bastante compleja, principalmente por la intención de mostrar a los sectores populares de una determinada sociedad como los sujetos principales de la historia.
     Uno de los grandes problemas al realizar este tipo de investigaciones es la cuestión de la objetividad, principalmente para los historiadores que simpaticen de manera ideológica con los sectores populares y sus luchas históricas, que en un caso como este, representó una gran problemática de mi parte en el momento de exponer ciertos temas, como es el caso de la violencia. En el intento de mostrar las luchas sociales del pueblo y sus repercusiones políticas, sociales y económicas, los jóvenes historiadores tendemos a caer en un subjetivismo sujeto a una ciertas posturas ideológicas, cuestión que puede provocar en determinadas situaciones ciertos anacronismos con respectos a algunos conceptos teóricos.
     En este caso al presentar los motivos de la insurrección y sus bases sociales, he demostrado que cuestiones como la injusticia social, los agravios morales y las consecuencias de crisis económicas, son una serie de elementos que no deben estudiarse de manera separada, sino en un conjunto que permita vislumbrar de manera total los motivos por los cuales la gente se rebela en contra de un determinado poder constituido. En este caso las crisis agrícolas y las sequías presenciadas en la región del Bajío anteriores al estallido social de 1810, propiciaron el caldo de cultivo en el cual hemos constatado los orígenes primigenios de la revuelta popular, y los mecanismos de violencia utilizados en contra de las autoridades y elites política y económicamente dominantes.
     He demostrado que la multitud en la historia, no es solamente un cúmulo de individuos dispuestos a saciar sus más bajos instintos criminales cuando la oportunidad de la insurrección se les presenta, sino que las clases subalternas en determinados momentos de la historia tienen aspiraciones, que si bien no están conscientemente orientadas a una transformación política y social, pugnan por una reivindicación en materia económica, que en este caso sería aliviar la situación de pobreza e inseguridad en la cual se encontraban los trabajadores del campo y las ciudades del Bajío.
     Otra cuestión que es importante, es señalar los innegables episodios de violencia suscitados en los primeros enfrentamientos entre la insurgencia y las fuerzas del orden, de los cuales emanaron ciertas practicas como los asesinatos a las elites peninsulares, mediante los cuales he demostrado que estos tenían un origen basado en la injusticia social y el agravio moral, aunque existieran ciertos episodios en donde el único objetivo fuera una retribución económica inmediata, como los saqueos y el pillaje. Sin embargo esto nos ayuda finalmente a entender que en este tipo de estudios, no se puede estudiar a la multitud de una manera idílica y abstracta, sino como un sujeto histórico en constante cambio y transformación en sus distintas vertientes multifacéticas, que nos indican que los movimientos de masas no son de carácter monolítico.




[1] Tutino, John, De la insurrección a la revolución en México: las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Editorial Era, 1990. p. 48.
[2] ibídem p. 62.
[3] Van Young, Eric, La otra rebelión. La lucha por la independencia de México: 1810-1821, México, Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 146-147.
[4] Tutino, John, op cit, p. 86.
[5] Rudé, Georges, La multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra. 1730-1848, México, Siglo Veintiuno Editores, 1964, p. 222.
[6] Eric Van Young menciona que la intensidad del levantamiento se debió precisamente en las circunstancias bajo las cuales la transformación agraria predomino en el último periodo colonial, en donde a través de su estudio de Guadalajara rastrea la coyuntura y el surgimiento de los problemas agrarios en la región, véase Van Young, Eric, “Hacia la insurrección: Orígenes agrarios de la rebelión de Hidalgo en la región de Guadalajara” en Katz, Friedrich, Revuelta, Rebelión y Revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX,  2 ed, México, Editorial Era, 2004, p 168-169.
[7] ibídem p. 171.
[8] John Tutino, De la insurrección a la revolución en México… p. 50
[9] ibídem p. 86
[10] Eric Van Young, La otra rebelión… p. 159.
[11] Rudé, Georges, op cit, p. 225.
[12] Moore, Barrington, La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión. México, Universidad Nacional Autónoma de México – Instituto de Investigaciones Sociales, 1989, p.29.
[13] Sánchez Vázquez, Adolfo, Filosofía de la praxis, México, Siglo Veintiuno Editores, 2003, p. 462.
[14] ibidem, p. 464.
[15] Eric Van Young, La otra rebelión… p. 44.
[16] Katz, Friedrich, op cit, p. 168.
[17] Landavazo, Marco Antonio, (2008), Guerra y violencia durante la revolución de independencia de México, [versión electrónica], Tzintzun, Revista de Estudios Históricos, (48): 15-40.
[18]ibidem, p 20.
[19] Landavazo, Marco Antonio, Nacionalismo y violencia en la independencia de México, México, Fondo Editorial del Estado de México, 2012. p. 49-26
[20] Landavazo, Marco Antonio, (2009), Para una historia social de la violencia insurgente: El odio al gachupin, [versión electrónica], Historia Mexicana, 59 (1): 195-225.