martes, 5 de noviembre de 2013

Reforma Agraria.


La Reforma Agraria y la formación del nuevo Estado revolucionario: 1920-1928.
El campesinado como un nuevo actor social.

Portillo Motte Óscar Augusto
FFyL-UNAM [noviembre 2013]

Introducción.

A lo largo de toda la historia de México la lucha por la tenencia de la tierra ha sido una constante, sobre todo en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, donde los principios del liberalismo atentaron de manera directa contra la propiedad de la tierra (principalmente de pueblos y el clero), estableciendo nuevas formas de explotación agrícola y por ende diferentes relaciones sociales de producción. Esto originó que cierta parte del campesinado mexicano a principios del nuevo siglo decidiera sumarse a la revolución, enarbolando de cierta manera los principios del zapatismo, el cual buscaba una restitución de tierras a sus antiguos propietarios. Esta bandera fue retomada posteriormente por ciertos grupos políticos como principio supremo de la revolución, y bajo el cual debía dirigirse e instaurarse el nuevo gobierno que de esta emanara. La reforma agraria constituyó el corpus de una serie de demandas sociales que surgieron al calor de la misma lucha armada y la cual había sido apoyada por un sector social que hasta ese momento no había tenido una participación en la vida política nacional, el campesinado.
     Para la década de 1920 el campesinado representaba la mayor fuerza política del país, pues su participación en lo años previos le había dado un lugar preponderante en la vida política nacional, es así que a partir de esta década comienza a representar uno de los grupos de presión más importantes debido a la organización política que en esos años se estaba conformando. El movimiento campesino representa la inclusión de las masas en las decisiones nacionales, y fue un actor clave para comprender las decisiones en relación a la reforma agraria que el gobierno del grupo Sonora intentaba instaurar. A lo largo de esta década podemos observar la resistencia a una serie de reformas en relación a la propiedad de la tierra, de las cuales los movimientos campesinos apoyaron o en determinado caso frenaron, lo que significó que el nuevo Estado revolucionario tuviera de base el apoyo político de la clase campesina. En los años que pretendemos abordar en esta investigación, nos centraremos precisamente en el papel del campesinado en las decisiones políticas tomadas por el gobierno, para instaurar la reforma agraria y ver cual fue la participación política que tuvo durante estos años, los cuales fueron completamente decisivos para entender la reforma agraria en los años posteriores, específicamente en la época de Cárdenas.
     Partimos del supuesto de que la radicalización campesina en México se debe a la influencia externa, precisamente de la revolución rusa y la II internacional, ideas que permearon en este país debido a la reciente efervescencia política generada por la revolución mexicana, y a raíz de esto se puede comprender justamente ese devenir histórico en relación a las necesidades de implementar en México una forma de explotación de la tierra basada en el ejido, contrariamente a lo que manejaba el discurso oficial, que apoyaba la división parcelaria de la tierra a través de la pequeña propiedad privada, con el objetivo de insertar a México en el concierto de la economía mundial.

La reforma agraria como forma de mistificación social.

Para el periodo de 1920-1928 años en los que se consolidó el grupo Sonora en el poder, la cuestión agraria era un problema del cual no se podían deslinar los gobernantes mexicanos, debido a la creciente demanda surgida por parte del campesinado en relación a la repartición de tierras, petición que surgió al calor la lucha armada de la revolución. Esto representó uno de los principales problemas del grupo en el poder, debido al creciente descontento de los sectores populares rurales, quienes propugnaban por la destrucción total del latifundio porfirista y proponían otra forma de estructura agraria nacional, orientada hacia la explotación colectiva de la tierra. Si bien Obregón y posteriormente Calles consideraban al problema agrario como una cuestión que debía ser atendida a la brevedad posible, dentro de la concepción de estos no cabía la idea de una repartición agraria dirigida a transformar radicalmente las relaciones de propiedad existentes.
     Para inicios de la década de 1920 aparecieron en la escena pública partidos que enarbolaban las causas de la lucha campesina, principalmente las demandas de la facción zapatista, cuyo líder, Emiliano Zapata, había sido asesinado años atrás (1919). Este grupo logró posicionarse dentro de la esfera política nacional y formar el Partido Nacional Agrarista, bajo la tutela de Antonio Díaz Soto y Gama, un antiguo militante del zapatismo, quien tenía la convicción de llevar a cabo una reforma agraria que reivindicara el papel del campesinado en la lucha revolucionaria. De esta manera el PNA iniciaría un periodo de transición entre la lucha campesina armada y la lucha social, aunque sus postulados teóricos en relación a la reforma agraria no diferían mucho de la política oficial, la creación de este partido fue un importante aliciente para la conformación de los movimientos campesinos en los años posteriores y la participación de estos en la vida política nacional.[1] Si bien los postulados teóricos de este tipo de partidos políticos no planteaban una radicalización en cuanto a la modificación de las estructuras de propiedad de la tierra en México, es importante reconocer la labor realizada en los años previos a la reforma agraria cardenista; uno de los factores en los que comúnmente suelen caer los historiadores, son las comparaciones en relación a los repartos agrarios realizados en otras partes del mundo, el ejemplo más claro de esto fue el realizado en la Unión Soviética con la creación de las granjas colectivas.
     Es importante realizar un paréntesis en este punto, para dejar en claro algunas ideas en relación a los postulados ideológicos que propiciaron la reforma agraria en México, y entender el vínculo de la problemática nacional con el mundo en la segunda década del siglo XX. La época que analizamos se centra en un periodo en la cual las estructuras sociales, económicas y políticas de la sociedad burguesa del siglo XIX están desapareciendo, para abrir paso a lo que Hobsbawm ha denominado como la revolución mundial, una época en donde la revolución Bolchevique representó una esperanza para los pueblos del mundo y una influencia de tales dimensiones en el aspecto ideológico, que la aparición de esta así como los de otros movimientos sociales en el siglo XX no fueron una mera casualidad.[2] Si bien la Revolución Mexicana difiere en bastantes aspectos de la rusa, sobre todo en la cuestión ideológica, no se puede negar la influencia de esta sobre los movimientos sociales de los años veinte y la radicalización de estos, cuestión que motivó a muchos gobiernos del mundo en donde la amenaza de una revolución estaba latente, a apaciguar estos con reformas sociales que acallaran los ánimos de un inminente estallido social, como es el caso de países conservadores y contrarrevolucionarios como Finlandia y Rumania, que tuvieron que implementar una improvisada reforma agraria para aplacar el descontento de sus pobladores, algo parecido a lo que sucedió en México en la segunda década del siglo XX.[3]
     Cerrando este paréntesis y regresando a la cuestión que nos atañe, los principios ideológicos de la reforma agraria mexicana estaban basados en lo señalado en el artículo 27 constitucional, el cual estipulaba en primera instancia la restitución y dotación de tierras a los campesinos que se encontraran desposeídos de ellas, fraccionando a los latifundios para el desarrollo de la pequeña propiedad privada. El objetivo fundamental y eso está claro dentro del mismo discurso revolucionario, es terminar con las relaciones sociales y de producción de carácter feudal y precapitalista que imperaban antes de la revolución.[4] Llevando a cabo este tipo de reforma enfocado a las distribuciones de tierras en pequeñas propiedades, el Estado crearía una nueva clase media rural, que llevara a cabo de manera armoniosa el desarrollo del sistema capitalista y por ende la ampliación del mercado interno. Es clara la orientación ideológica de la constitución de 1917, instruida por el liberalismo,  pero lo importante a analizar aquí es observar cuál fue la reacción del campesinado mexicano, principalmente el del centro del país, el cual dentro de su visión del mundo no podía concebir otra forma de tenencia de la tierra que no fuera la de la propiedad comunal. Para este sector del campesinado es bastante claro que la protección de la propiedad privada es un atentado contra las demandas que se formaron durante la lucha revolucionaria y por esta razón surge una radicalización del movimiento campesino en México.  
     Como bien lo mencionamos anteriormente es innegable la influencia del socialismo a nivel mundial y relacionándolo al contexto nacional, este tuvo una clara influencia en distintos movimientos agrarios regionales, como es el caso de Michoacán, Veracruz y Yucatán, en donde los gobernadores representan el ala radical agrarista de la revolución, inspirados principalmente por el marxismo y la idea de una sociedad igualitaria. Para los años veinte estos estados representan el principal foco de insurrección campesina en el país, en donde hay un claro rechazo a la política oficialista vinculada al reparto agrario.[5] Esto surge en relación de la aparición de nuevos actores sociales en el periodo que abordamos, los cuales ejercen cierto tipo de presión al gobierno federal para efectuar una serie de demandas sociales por las cuales propugnan, presión a la cual el gobierno tiene que ceder y por ende acelerar el trámite de dotación y restitución de tierras en el país.
     Un problema bastante común durante los primeros años de la década de 1920 fue el incipiente reparto agrario efectuado por los gobiernos de Obregón y Calles, debido a la tardanza y a la burocratización de los trámites agrarios que se efectuaban en aquellos años, los cuales tenían un sinnúmero trabas e intereses de por medio, uno de los principales conflictos generados de esta serie de tramites fue la resistencia de la antigua y nueva clase terrateniente mexicana, la cual lanzó una contraofensiva contra este proceso de repartición, mediante la formación de cuerpos armados que se dedicaban a defender las grandes propiedades agrícolas del país, lo cual generó una serie de enfrentamientos entre la burguesía terrateniente y el campesinado que reclamaba la tierra.
     Principalmente esta serie de conflictos se llevaron a cabo en el altiplano mexicano, donde todavía se conservaban las viejas estructuras oligárquicas de la época porfiriana y donde esta clase socialmente mejor acomodada, naturalmente mostraba cierta reticencia a las expropiaciones de parte del gobierno.[6] Cuestión que contrastaba directamente con la región del centro del país, en donde la mayor parte de la lucha armada había reivindicado el reparto agrario bajo la bandera del zapatismo y por ende fueron las primeras beneficiadas del reparto agrario del nuevo gobierno de la revolución.[7]
     Sobre estas cuestiones es como podemos entender la disimilitud bajo la cual se llevaron a cabo los primeros repartos agrarios en México, donde el gobierno tenía que ceder a los distintos grupos de presión del campesinado, principalmente en la región del centro y sur del país, contrastando con la situación del norte, donde los principios de la revolución agraria nunca fueron una prioridad como tal y donde una buena parte de los generales revolucionaros pudieron asentarse como grandes y medianos propietarios en las haciendas confiscadas durante la fase armada de la revolución. Es evidente que la presión emanada desde las clases subalternas del campesinado fue de una intensidad variable y de esto se debe la disparidad con la que se llevó a cabo el reparto agrario en la época que abordamos.
     Contrariamente a lo que se pueda pensar, el nuevo Estado revolucionario en sus primeros años tenía la firme convicción de destruir la vieja estructura agraria del porfiriato basada en los latifundios, y sustituirla por otra forma de propiedad, una en donde el pequeño agricultor fuera la base de la economía agrícola, cuestión que como bien sabemos era contraria a la posición adoptada por los sectores radicales de la revolución. Obregón y Calles como hombres formados bajos los principios del liberalismo, tenían esta concepción en relación al reparto agrario, y en una primera instancia podemos observar la dinámica de las primeras restituciones de tierras, las cuales iban encaminadas a apaciguar los conatos de rebelión por parte de un sector del campesinado; esta fue la base de la política agraria obregonista, basada en los repartos agrarios como un instrumento mediante el cual el gobierno podría apaciguar la fuerza del naciente movimiento agrario y contrarrestar su fuerza política, para sumar al campesino a las filas del gobierno en caso de una inminente rebelión por parte de grupos políticos disidentes y de esta manera asegurar el ejercicio del poder.   
     Debido a esta presión el gobierno obregonista tuvo que ceder a los distintos grupos que reivindicaban la reforma agraria como parte integral del nuevo gobierno de la revolución; en el cuatrienio de Obregón se repartieron cerca de 1 200 000  hectáreas, cantidad irrisoria si consideramos el número de campesinos sin tierra que había en México en aquellos años.[8]
     Pese a esto en la concepción del gobierno nunca se dejó de lado la idea de transitar hacia la propiedad privada, ya que Obregón consideraba que la restitución de los ejidos no podía ser un fin en sí, tan sólo era una necesidad política inevitable. Para estos hombres la necesidad de fraccionar a México en un país de pequeños agricultores era una aspiración y el medio por el cual la sociedad agraria mexicana podría transitar en un determinado periodo de tiempo hacia el capitalismo.
     Como bien  lo mencionamos, la radicalización del movimiento campesino en México surge de un sentimiento de rechazo e insatisfacción hacia las medidas reformistas que el nuevo gobierno de la revolución estaba efectuando, en relación al reparto agrario, y es fácil de entender, sobre todo si consideramos el factor de que hace ya muchos años que se había iniciado en México un movimiento revolucionario, y como consecuencia las grandes masas de campesinos sin tierra se habían unido a este, y al ver que las demandas por las cuales se unieron a la rebelión no se estaban satifasfaciendo, podríamos considerar como algo natural la insurrección. Careciendo de una ideología política definida y por lo tanto de una conciencia de clase, los grupos campesinos en México en plena organización comienzan a sentir que el mismo Estado que ayudaron a forjar años atrás los está excluyendo, debido a que las demandas sociales que proponen no están siendo escuchadas.[9] Como consecuencia de esto podemos observar que durante los años veinte se forman las ligas agrarias de resistencia, en los estados donde los gobernadores han radicalizado sus posturas de gobierno (Veracruz, Yucatán).
     Con estos primeros repartos efectuados en la época de Obregón, podemos observar que la reforma agraria se está efectuando como una forma de mistificación social, debido a que el gobierno temeroso de la violencia que pueden ejercer las masas por medio de la insurrección, se ve obligado a aceptar la repartición de ciertas dotaciones de ejidos, pero esto tiene un trasfondo de carácter económico. El reparto agrario de esa época se llevaba a cabo bajo una lógica de salvar a la propiedad privada por medio de la reforma agraria, es decir, el ejido sería solamente una medida transitoria, una escuela en donde los ejidatarios podrían ser capaces de transformarse en campesinos propietarios. Rodolfo Stavenhagen menciona que por medio del ejido, se transita hacia una nueva forma de posesión de la tierra, este sistema otorga la tierra a las comunidades de agricultores, pero en teoría es propiedad del Estado. Los campesinos tienen derecho a cultivar individualmente una parcela de tierras, si bien se trata de una tenencia colectiva, desde el punto de vista económico la mayoría de los agricultores son minifundistas.[10]
     Siguiendo el trasfondo de esta medida transitoria, el verdadero objetivo seguía siendo el reforzamiento de las relaciones de propiedad que la facción liberal de la revolución había proyectado, esto es, unas relaciones de propiedad privada, pero acomodadas a las nuevas relaciones sociales y económicas, que tenían como mira la modernización de México, convirtiéndolo en un país capitalista, emprendedor y progresista.[11]
     Con la llegada de Plutarco Elías Calles a la presidencia de la república el sistema de dotación y repartición de tierras toma un viraje completamente diferente al que pudimos apreciar durante la presidencia de Álvaro Obregón, si bien en el cuatrienio anterior la reforma agraria se llevó a cabo por medio de la presión de ciertos sectores sociales, en este periodo se torna un poco más conservador por parte del gobierno. Con Calles en el poder se inicia un proceso de legislación en relación a la propiedad de la tierra, con la denominada Ley de Patrimonio Ejidal de 1925, la cual planteaba en un principio la división de los ejidos constituidos, en parcelas individuales y señalaba la intervención del Estado en la vida interna de estos.[12] Con esto se observa una intención de reforzar la gran propiedad privada, es decir, el Estado se declaraba partidario de la acumulación de tierra en grandes extensiones, con el objetivo de transitar de una manera más ágil y eficaz al amplio desarrollo de una economía capitalista.
     En base a esto el gobierno mexicano proponía la desaparición gradual de los ejidos, con la idea de que esta medida transitoria solamente rezagaba la economía nacional, condenándola a un letargo en cuanto a la modernización de las técnicas de producción. Por esta razón el gobierno aumentó los requisitos necesarios para el trámite de dotación de ejidos, con el fin de proteger a los propietarios.[13]  Con esto el gobierno implementó una serie de medidas para aumentar la producción del sector agrícola encaminada a la tecnificación y modernización de las mismas; Calles, partidario convencido del fracaso de la reforma agraria, debido a que en el periodo anterior las tierras repartidas no tuvieron el final esperado, debido a un mal manejo por parte de los ejidos, principalmente porque en algunos casos las parcelas repartidas crearon una nueva forma de explotación del campesinado, cacicazgos, acaparación de tierras, usura, etc.[14] Por esta razón el gobierno dejó de considerar al problema de la tierra como una cuestión política, para asegurar la modernización del país a partir de la técnica.
     La iniciativa privada representaba para el gobierno la única alternativa para sacar de las esclerosis al campo mexicano, por medio de la creación de instituciones de crédito para el fomento de la agricultura, construcción de caminos, vías férreas y la implementación de modernos métodos de cultivo, el gobierno podía cooperar con la iniciativa privada para la revitalización del campo. De cierta forma esto no constituyó la destrucción total o parcial del ejido, sino un nuevo mecanismo que sustituyera la explotación colectiva de la tierra, por uno que propició la posesión individual de la misma. Arnaldo Córdova menciona que a partir de la instauración de las leyes de reparto ejidal en la época de Calles, este cobró una acepción que sigue teniendo hasta nuestros días, es decir, el conjunto de tierras dadas en propiedad a un grupo de población, mediante dotación o restitución, desde entonces el ejido dejó de ser una regla, pero continuo siendo una forma de explotación colectiva de los pueblos: lo fundamental pasó a ser el modo individual de explotación mediante el emparcelamiento de las tierras dedicadas al cultivo y a la asignación de parcelas, en usufructo, a los campesinos jefes de familia.[15]
     Aún con todo este tipo de medidas para frenar gradualmente la reforma agraria, Calles, a pesar de su reticencia, tuvo que ceder al descontento cada vez más generalizado y entregar a los campesinos poco más de 3 000 000 de hectáreas, el triple de lo que habían otorgado los presidentes que le antecedieron. Pero estas tierras repartidas se entregaron según las normas estipuladas por el propio gobierno, es decir, los ejidatarios se convirtieron en pequeños minifundistas.[16] 



[1] Gómez-Jara, Francisco A. El movimiento campesino en México, México, Editorial Campesina, 1970, p29.
[2] Hobsbawm, Eric, “La Revolución Mundial” en Historia del siglo XX, Buenos Aires, Editorial Crítica, 2007, p 63.
[3] ibidem p 74-75.
[4] Guntelman, Michel, Capitalismo y reforma agraria en México, 3ed, México, Ediciones Era, 1977, p 23.
[5] Francisco Gómez-Jara, El movimiento campesino en México, p 54.
[6] Tobler, Hans Werner, “Los campesinos y la formación del Estado Revolucionario: 1910-1940” en Friedrich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, 2ed, México, Ediciones Era, 2004, p 440-441.
[7] ibidem p 440.
[8] Dulles, John W.F., “El general Obregón y el reparto agrario” en Ayer en México, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p 97.
[9] Francisco Gómez-Jara, El movimiento campesino en México, p 25
[10] Stavenhagen, Rodolfo, Las clases sociales en las sociedades agrarias, 4ed, México, Siglo Veintiuno Editores, p 94.
[11] Córdova, Arnaldo, La ideología de la Revolución Mexicana. La formación del nuevo régimen, 2ed, México, Ediciones Era, 1973, p 333.
[12] Guntelman, Michel, Capitalismo y reforma agraria en México, p 96.
[13] Ley Bassols: 1927
[14] Córdova, Arnaldo, La ideología de la Revolución Mexicana… p 332-333
[15] ibidem p 335-336.
[16] Guntelman, Michel, Capitalismo y reforma agraria en México… p 97.